Este otoño ha cerrado la exposición 'Adrià Ciurana. Me abrigo de tierra', en el Museo del Empordà, una exploración de la corta trayectoria artística de este creador ampurdanés, limpio de la escritora Maria Angels Anglada. Ambos comisarios han sido sus dos buenos amigos y compañeros de taller, el artista Jordi Mitjà y el diseñador gráfico Manel Gràvalos, que con una gran sensibilidad nos lo han leído, ordenando sus temáticas a partir de los conceptos con los que trabajaba, tales como el juego, la muerte y la identidad.
Ciurana, en palabras de Eudald Camps, practicaba la "angelología terrenal"; con un espíritu socarrón -ironía ampurdanesa- era capaz de hacer referencia a los temas más trascendentes, mirando de hito en hito la muerte, con el reto de traspasar todo tipo de límites.
Sus composiciones se convierten en vanitas del siglo XXI, como la magnífica serie 'Crispetas' o la serie 'Hipnosis'. El juego y la experimentación están presentes constantemente, tanto en el proceso de creación como en los títulos de las obras, como es el caso de 'Juegos para aplazar la muerte', hechos de huesos que encontraba en sus largos paseos. De hecho, estas obras las podemos considerar también una vanitas.
‘Hipnosi’, David Ciurana (2014)
La caracolera lleva en sí el peso del pasado y la memoria, a través del símbolo del tornillo de vidrio. Y la autoexploración se extendía en todas las facetas, su cuerpo, haciendo moldes de su rostro, o el pene, su identidad, quemando o diluyendo su DNI o bien su interior psicológico, con la enfermedad representada por un montón de blísteres de pastillas en la obra de 2006.
Sus referentes pictóricos también están presentes en obras como el Sant Jeroni, de hecho un autorretrato, con una gran montaña al fondo al estilo del romántico Friedrich, o bien en el Cura del pueblo se va a la ciudad, una obra reaprovechada de Medio encuentro al azar, donde después de un proceso circular de pintar y pulir, como una especie de semper eadem baudelariano, resuena Francis Bacon. Pero si hay un artista que podríamos decir que le acompañó de forma intermitente, con esta bohemia interna de hacer lo que a uno le gusta, es Joan Paradís, un creador también ampurdanés que estaba muy presente en la escena figuerense de finales de los años 90, hasta 2019, la fecha de su muerte, y que inspiró los pasos de la generación de artistas más jóvenes.
Esta muestra y el catálogo que le acompaña son un punto de arranque que nos debe conducir a futuras nuevas exploraciones del universo de Ciurana, en el que nos sentimos representados porque nos habla de nuestra contemporaneidad, nuestras fragilidades y retos .
La obra de Adrià Ciurana, valiente y honesta, pide a gritos entrar en la colección nacional y estar presente en las nuevas revisiones de la posmodernidad en nuestro país. En su caso, persona y artista hacen una simbiosis perfecta que no se puede distinguir, y es el resultado de nuestros tiempos. Nos quedan muchas más ganas de Ciurana, y hay que dar a conocer su obra en toda Cataluña y más allá de nuestras fronteras.
‘Jocs per ajornar la mort’, David Ciurana (2010)