El Teatre Lliure, un marco incomparable, nos esperaba a media tarde –una hora europea para intentar conciliar vida laboral y familiar– para celebrar los 10 años de la Fundación Catalunya Cultura y, asimismo, la Noche de la Empresa y la Cultura, donde se reconocen empresas que apuestan por la cultura, empresas culturales de nivel que generan cultura y agentes articuladores del país que hacen posible la cultura. Éramos más de 500 personas, una barbaridad conseguir movilizar a esta cantidad de gente; por tanto, hay que felicitar a todo el equipo de la fundación –por cierto, todo mujeres–, sus patronos y patronas, y la hiperactiva directora, Maite Esteve, y otro hiperactivo, el presidente de la entidad, el empresario Eloi Planas, de Fluidra. La tipología de la gente: empresarias y empresarios, políticos de diferentes ámbitos (empresa, cultura, parlamento…), fundaciones de arte (Vila Casas, Sorigué, Coromina Isern…) y algunos creadores. La ceremonia, que presentó el actor Bruno Oro –dejó algunas épicas–, contó con la asistencia del presidente del Parlament de Catalunya, Josep Rull; de la consejera de Cultura, Sonia Hernández Almodóvar; y del consejero de Empresa y Trabajo, Miquel Sàmper; también del presidente del Círculo de Economía, Jaume Guardiola, o el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Josep Santacreu, entre otros. Entre los exconsejeros, Ferran Mascarell –el impulsor de esta fundación cuando estaba en conselleria– y Santi Vila, que como conseller también le apoyó. La puesta en escena fue muy anglosajona, atrevida, con ritmo, un punto informal e, incluso, algunas veces, con el riesgo de banalizar la importancia del evento. Teatro, música, arte, todos los ingredientes.
Cosas que me sorprendieron y que se dijeron en los parlamentos: mientras la ley de mecenazgo española es aprobada, veremos cómo se despliega y qué impacto tiene, la aplicación de ésta en Cataluña está quedando atrás, atrás, atrás… y va tener que salir Josep Rull –un presidente del parlamento (que no es el presidente del gobierno del país)– pisando el discurso de Eloi Planas, presidente de la fundación, prometiendo algo que no sé si podía hacer: tratar de impulsar ésta ley que en Cataluña parece inexistente. También me sorprendió, cosas del protocolo, que la consejera de Cultura no dijera algo –que tiene mucho que decir– o el de Empresa, que tiene su peso para que las sociedades y empresas del país apuesten por la cultura, aunque muchas lo hacen por temas del tercer sector, ámbito social; en este punto, quisiera aclarar que la cultura es un ámbito social de primera necesidad que hace, a menudo y como se demostró durante la COVID, que tengamos mejor calidad de vida, creatividad y salud mental. En este sentido, uno de los premiados, el equipo de arquitectos RCR, destacó que la cultura es nuclear, es esencial y que sin la cultura no somos nada. Cultura que proviene de cultivar: la tierra, el espíritu o lo que sea necesario.
[file685dc]
Lo que queda claro es que hay mucho recorrido y que si la administración, que debe ser la primera en incentivar el mecenazgo y la filantropía, no se pone como ejemplo, será difícil que el mundo empresarial y social tenga la misma dinámica de otros países de todo el mundo. Y hablando de empresas, entre los premiados, Seat por la iniciativa de Casa Seat –habrá que llamar Casa Cupra porque a este ritmo se invisibilizará la marca que provenía de una licencia Fiat–… o el proyecto premiado de la “ Brava Arts”, que recupera una antigua fábrica industrial en la Bisbal, y, aunque me gustó la propuesta, creo que era más interesante el festival Som(río) de las Terres de l'Ebre, por todo lo que supone de mensaje y valores y de equilibrio de país. Brava es un proyecto que se presentó con mucho entusiasmo, pero con muchas imprecisiones, como en La Bisbal no queda industria –falso–; que parece que gracias a la Brava se está revitalizando una población sin ánimo artístico anterior –falso–; hay un dinamismo musical (Manzoni…), artistas de relieve (Pere Noguera, Santi Moix tiene toda su obra cerámica) y del mundo del circo y del teatro, aparte de un museo de la cerámica que está llamado a ser el museo nacional de la cerámica en Cataluña, que visitó la semana pasada el propio presidente Illa y que está vertebrando, conjuntamente con la escuela de cerámica, un movimiento artístico y cultural en el que se unen antiguo y moderno. Un museo que aún no ha recibido ninguna visita de los braveros, que jugaron con el glamour del empordanet para apelar a la épica de una empresa cultural centrada en producir espectáculos escénicos básicamente para monitorear con dinero, algo coherente y básico , pero no tan altruista como se vendía. Además, este proyecto –monumental y que entra mucho por los ojos– tiene pies de barro, ya que el propietario, Ramon Romaguera, antiguo alcalde de la villa, tiene su edad y sus descendientes tienen en la fábrica Brava un espacio con calificación urbanística para hacer vivienda, y que en el Empordà es un buen reclamo y que puede desaparecer todo el trabajo rápidamente elaborado. Esperamos que no suceda.
Pero volvamos a la cultura, a las industrias y empresas culturales ya las empresas. Aparte de los cuidados informes que elabora “la Caixa” sobre el sector de la cultura desde hace décadas, el Conca también lo hace con datos del departamento de Cultura de la Generalitat; recientemente he podido leer un informe de la Fundación Banco Santander –con datos provenientes del Ministerio de Cultura– que pone de relieve indicadores que no sabíamos o reitera algunos que ya sabíamos, como los trabajadores de la cultura son el 3,4% del total, 700.000 puestos de trabajo; que el 70% de los trabajadores culturales disponen de estudios superiores, pero sus salarios están por debajo de la media; y que, de las más de 115.000 empresas culturales, algunas veces parecen sobrevivir de milagro. También se puntualiza que el PIB cultural español se concentra básicamente en Madrid y Cataluña, y que es del 2,2%, 27.201 millones de euros, de los cuales el 79% están entre los ámbitos del libro y la prensa y las artes plásticas y visuales. Un dato que sorprende, pero no me sorprende, es que el 71% de estas empresas no tienen personal con contrato; la mayoría, el 64,3%, son autónomos poniendo en marcha sus proyectos: ¡emprendimiento a todo trapo o inconsciencia total!
Por eso, entidades como la Fundació Catalunya Cultura –así como el ICEC– realizan tareas de acompañamiento y mentoría proactiva fundamental. Además, una de las directrices principales de la Fundació Catalunya es hacer tomar conciencia social en el mundo empresarial que apostar en cultura es apostar por nuestras sociedades. La cultura como ascensor social. Y, ya para terminar, yo creo que el Departamento de Cultura debería tener más claro cuál es el encaje que debe tener una fundación fundamental como la Catalunya Cultura dentro del organigrama del mismo Departamento, si procede. Los modelos público-privados son claves para impulsar las dinámicas del futuro y es necesario potenciar estas entidades vertebradoras de la cultura o de las culturas en plural.