A través de una treintena de pinturas y esculturas, Elvira Fustero invita a explorar un universo que fusiona el gesto espontáneo y la mancha con formas geométricas sutiles y potentes. Con la exposición 'Entre lo divino y el profano', disponible en el Museo Monje de Vilassar de Mar hasta finales de noviembre, Fustero no sólo vuelve a sus orígenes creativos, sino que nos ofrece una retrospectiva reflexiva e íntima de su recorrido en el mundo de la abstracción y experimentación visual.
La muestra, comisariada por Ramon Casalé, incluye trabajos creados desde los años 80 hasta las piezas más recientes, mostrando la evolución constante de Fustero en el informalismo, un movimiento que explora la libertad gestual y la intensidad emocional del color y la forma .
La cronología que articula la exposición nos permite ver cómo, a partir de los años 80, sus cuadros comienzan a hablar con tonalidades cálidas: ocres, rosas y azules que llenan la superficie del lienzo con vida y movimiento. Pero, con el paso del tiempo, Fustero abraza una paleta más neutra, donde el blanco, el negro y los múltiples matices del gris se convierten en los protagonistas indiscutibles. Este trabajo meticuloso con el gris, donde el artista aplica varias capas de color para captar todas las variaciones posibles de un solo tono, revela su interés por la sutileza del claroscuro y por la forma en que la luz transforma el espacio.
Durante los años 90, su obra se concentró en una serie de pinturas negras donde las formas geométricas -sobre todo rectángulos y cuadrados- tomaron el protagonismo. Estos elementos, con el tiempo, se transformaron en espirales y círculos, sugiriendo un dinamismo y un movimiento en sus cuadros.
El viaje de Fustero en el mundo del expresionismo abstracto nos transporta a mediados del siglo XX, momento en que este movimiento dio sus primeros pasos en Estados Unidos. Allí, artistas como Pollock o de Kooning empezaron a experimentar con la pintura gestual, un lenguaje que rápidamente se extendió a Europa bajo la denominación de informalismo. En el caso de Fustero, desde el primer momento, halló en el gesto y la mancha sus herramientas más potentes de expresión.
Sin embargo, su investigación formal no se limita a la pintura. Las esculturas de hierro de Fustero, de pequeño tamaño, pero con una presencia monumental, añaden una nueva dimensión a su obra. El concepto del vacío, tan presente en estas esculturas, ofrece una reflexión sobre la relación entre la materia y la nada, una metáfora de la espiritualidad que atraviesa toda su obra.
No es la primera vez que Fustero expone en el Museu Monjo de Vilassar de Mar. Hace veinticinco años, fue también el escenario de otra muestra importante para el artista, una cita que contó con la participación de figuras como Arnau Puig y el poeta Joan Margarit. Ahora, cinco décadas después de iniciar su andadura en el arte, vuelve a este espacio con una nueva selección de obras que muestran su evolución personal y su aportación al arte de vanguardia.