Pasear por las exposiciones de las salas de la Fundación Mapfre de Madrid es siempre un buen pensamiento. No es un espacio ni muy grande ni muy pequeño; un tamaño justo. La Fundación está ubicada en el Palacio de la Duquesa Medina de las Torres, un edificio de 1884 construido por el arquitecto Agustín Ortiz, de factura noble y ubicado en el paseo de Recoletos, en la arteria central de la cultura de Madrid, entre la Castellana y el Paseo del Prado.
La visita era obligada, había tres interesantes exposiciones, pero por filias y fobias personales mi reclamo era la exposición de uno de los fotógrafos, fotoperiodistas, artista, interesantes del siglo XX: Weegee.
Un hombre "self-made man" al más puro estilo estadounidense y que descubrí hace casi dos décadas a través de las recomendaciones del fotógrafo catalán Òscar Rodbag mientras trabajábamos juntos en un medio de la prensa escrita comarcal.
Weegee - seudónimo de Arthur Fellig (Ucrania 1899 - Nueva York 1968) - fue un hombrecillo casi planiano, que forjó una mirada artística sobre algo terrible: los asesinatos, la violencia, los crímenes, los contrastes sociales del crack del 29 en Nueva York . Se le conoce principalmente por esta faceta de fotoperiodista, que con algunas de sus arquitectónicas de incendios de New Amsterdam me recuerda el estilo impecable y evocador que el renacentista Carles Fontserè fijó de Nueva York. Se consolidó con el libro 'Naked City' de 1945.
En la exposición hay un título sugerente: la sociedad de los espectadores. Somos orwellianamente una sociedad de contemplativos morbosos inactivos, superados e hipnotizados ahora por las pantallas, antes por las escenas de la realidad real y diaria. El director de cine Krzystof Kieslowski con la trilogía Tres Colors -Rojo-Azul y Blanco- apelaba a esa mirada furtiva, encontrada y buscada, ultrareal casi por serendipia. Era más poético para presentarla pero no menos desgarradora.
Pero Weegee fue mucho más y esta exposición sirve para reivindicarlo, y es necesario agradecer este esfuerzo. Aparte de ser el retratista del surrealismo cotidiano, fue un alquimista para buscar lo estrambótico y lo sutil conceptual, como en las series 'La gestualidad en el Arte', 'Pillados -Con las manos en la masa', 'La mujer ubús' o 'Una comunidad de saltinbamquis', que podría equipararse tranquilamente a las imágenes de otra gran artista Diane Arbus, coetánea de Weegee.
Pero la genialidad de ese captador de fragmentos de tiempo -con el blanco y negro como fundamento-, de ese hombre que quería fijar una memoria visual también llena de series que investigaran los límites de la imagen, y hacerlo a través de los grandes medios de difusión masiva, culmina con una vanguardista serie de investigaciones visuales, así como las hizo al final de su etapa, Alfred Hitchcock, con las 'Fotocaricatures' o la serie 'Al fondo de la óptica'. Una joya de exposición descubierta, esmerada, impecable expositivamente, sobria, pero muy bien planteada, un disfrute que no debería perderse nadie, como tampoco el catálogo con artículos como el Clément Chéroux, director de la Fundación Henri Cartier-Bresson de París y que ha realizado el comisariado de la muestra.
En fin, la constatación de la comedia de lo espectacular que la cámara, el ojo y la mirada de este migrante ucraniano de nacimiento dio de toda una sociedad.