Henri Cartier-Bresson supo captar la esencia invisible de la realidad y la exposición que la Fundación MAPFRE presenta en el centro KBr de Barcelona nos sumerge en su universo visual, revelando las sutilezas de uno de los fotógrafos más importantes del siglo XX. Esta muestra, titulada 'Henri Cartier-Bresson. Watch!Watch!Watch!', no sólo celebra su obra, sino que también coincide con el vigésimo aniversario de su muerte, una efeméride que invita a revisar el legado de uno de los grandes maestros de la imagen.
La muestra, que se podrá visitar hasta enero del 2025, cuenta con doscientas treinta copias originales y otros materiales de archivo, y permite explorar las múltiples facetas de un artista que definió la forma en que vemos el mundo. Además, se incluyen treinta textos explicativos y dos películas, mostrando una perspectiva completa de su trayectoria, organizada temática y cronológicamente en diez secciones. Desde sus inicios influenciados por el surrealismo hasta sus últimos años, cuando su estilo se volvió más introspectivo, la muestra ofrece una visión completa de su obra.
El comisario de la muestra, Ulrich Pohlmann , que pasó tres meses en la Fundación Cartier-Bresson para documentarse, ha jugado un papel clave en esta retrospectiva. Pohlmann observó claramente que Cartier-Bresson es "un fotógrafo para fotógrafos" y una inspiración para muchos artistas contemporáneos. Ha seleccionado las obras más representativas de las diferentes etapas de su trayectoria, profundizando en los archivos del fotógrafo, así como sus escritos, periódicos y otros documentos personales.
Nápols (1960)
Una trayectoria marcada por la búsqueda constante
El recorrido de la exposición comienza con las primeras influencias de Cartier-Bresson, un joven fotógrafo que empezó a frecuentar los círculos surrealistas de París a finales de la década de 1920, cuando buscaba captar la extrañeza latente en la vida cotidiana. Sus primeras fotografías muestran elementos típicos del surrealismo, como maniquíes, objetos escondidos o personas dormidas, que evocaban una realidad onírica y descontextualizada. Estas primeras obras reflejaban la obsesión del fotógrafo por la geometría y la composición, un rasgo que nunca abandonaría.
Sin embargo, con el tiempo, Cartier-Bresson se alejó de esta fase inicial más artística para dedicarse plenamente al fotoperiodismo. Este cambio de rumbo fue, en gran parte, motivado por los acontecimientos políticos y sociales que sacudían el mundo en la década de 1930, cuando documentó algunos de los momentos más cruciales de esa época, incluida la Guerra Civil Española.
La exposición destaca especialmente su etapa como fotoperiodista, en la que inmortalizó algunos de los momentos más decisivos del siglo XX. Cartier-Bresson fue un activista fotográfico con una actitud política, aunque no quería que su fotografía se convirtiera en un instrumento político. Su intención siempre fue que sus imágenes fueran documentales con un enfoque objetivo. Esta parte de su carrera se vio interrumpida brevemente por su cautiverio en un campo de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, al escapar de ella en 1943, reanudó rápidamente su actividad, documentando el final del conflicto y la devastación que dejó en Europa.
Su trayectoria dio un salto notable en 1947, cuando se convirtió en miembro fundador de la agencia Magnum Photos, un colectivo de fotógrafos que se dedicaba a cubrir grandes eventos internacionales con una sensibilidad humanista. A través de esta plataforma, Cartier-Bresson viajó a sitios como India, China y Estados Unidos, donde retrató el contraste entre las tensiones políticas y las experiencias cotidianas de la gente común.
Uno de los episodios más conocidos es su visita a la India en un momento clave de su historia: la independencia del país y el asesinato de Mahatma Gandhi. Cartier-Bresson captó tanto los momentos de dolor como las celebraciones y transformaciones que siguieron en el subcontinente. Igualmente impresionantes son sus fotografías de China, donde presenció la caída del régimen de Guomindang y el nacimiento de la República Popular.
Febre de l'or, Xina (1948)
A medida que su carrera avanzaba, Cartier-Bresson siguió siendo un testimonio excepcional de los acontecimientos más críticos del siglo. En la década de 1950, fue el primer fotógrafo occidental en capturar imágenes de la Unión Soviética después de la muerte de Stalin, ofreciendo una visión única de la vida en Moscú en plena Guerra Fría.
También son de gran relevancia sus imágenes de Berlín Este tras la construcción del Muro de Berlín, o su cobertura de la crisis de los misiles en Cuba, donde retrató a figuras como Fidel Castro y Che Guevara. Su capacidad para mantenerse al margen de los eventos y no tomar partido contribuyó a su fama de fotógrafo objetivo, aunque la simpatía humanista que sentía por las causas sociales y las personas era evidente en muchos de sus trabajos. "No tengo ni mensaje ni misión, tengo un punto de vista", dijo en más de una ocasión, y ese punto de vista era siempre empático, observador, pero nunca intrusivo.
Aparte de los grandes acontecimientos históricos, Cartier-Bresson siempre estuvo fascinado por la vida urbana y los pequeños rituales cotidianos de las personas. Esta parte de su obra es especialmente evidente en la exposición, donde pueden verse algunas de sus fotografías más icónicas de ciudades como Nueva York, París o Londres. Sus retratos de pasantes anónimos en medio de grandes urbes muestran el contraste entre el individuo y el entorno arquitectónico, capturando momentos de soledad o extrañeza en la monotonía diaria.
Uno de sus trabajos más notables en este ámbito fue el reportaje 'America in Passing', donde retrató a Estados Unidos de la posguerra con una mirada crítica pero comprensiva, centrándose en la segregación racial y las luchas sociales de los afroamericanos.
Dos nens ben mudats, Natchez (EEUU) (1947)
La relación entre hombre y máquina
A partir de la década de 1950, Cartier-Bresson empezó a interesarse por la relación entre el ser humano y la máquina. Sus fotografías de fábricas y trabajadores industriales muestran cómo la máquina, lejos de ser un simple elemento de producción, había transformado completamente la vida moderna. Pero a diferencia de muchos de sus contemporáneos, él no criticaba o idealizaba estas transformaciones, sino que se limitaba a mostrar esa relación como una simbiosis inevitable.
Las imágenes del trabajo industrial de Cartier-Bresson contrastan con sus fotografías de actividades de ocio. Por ejemplo, en la serie encargada por Vogue, visitó la ciudad vacacional inglesa de Blackpool donde, actuando como un etólogo, observó las actividades humanas, desde las más extrañas a las más absurdas.
El viaje por la exposición concluye con los últimos años de su carrera, cuando Cartier-Bresson se alejó del fotoperiodismo para concentrarse en retratos más íntimos e introspectivos. En esta etapa final, su obra adquirió una serenidad y una profundidad aún mayores. Sus retratos de artistas, escritores y personalidades de su época van más allá de la simple representación física, captando la personalidad y vida interior de sus modelos.
Una parte importante del legado de Cartier-Bresson es su insistencia en la autoría y autenticidad de su obra. No quería que se hiciera ningún trabajo de edición sobre sus fotografías, ni que hubiera distorsión alguna de su mirada, lo que subraya el valor de su visión personal como fotógrafo. Esta exposición es un testimonio de esa visión y de su lugar indiscutible en la historia de la fotografía mundial.
Man and machine, (1971)