Francesc Domingo, de San Justo en Sâo Paulo
Con su inconfundible traza y una vida dedicada al arte, Francesc Domingo vuelve a la luz a través de una exposición antológica que nos permite explorar su legado. En los Espacios Volart de la Fundación Vila Casas, de la mano de la comisaria Natàlia Barenys, se ofrece un recorrido completo por las etapas creativas de uno de los artistas más destacados de la vanguardia catalana, desde sus inicios en Sant Just Desvern hasta a su producción madura en São Paulo.
La exposición explora la trayectoria vital y artística de Domingo, marcada por profundas raíces obreras y su formación en ateneos populares, que alimentaron una rebeldía creativa y un fuerte compromiso con el pueblo. Esta influencia cristalizó en su firme voluntad de democratizar el arte y la cultura, tal y como se evidenció durante la Revolución Catalana de 1936. En aquellos tiempos convulsos, Domingo lideró iniciativas culturales que buscaban hacer el arte accesible a todo el mundo, un esfuerzo que le llevó finalmente al exilio, dejando una huella que todavía resuena.
Desde sus primeras obras con Josep Llorens Artigas, hasta su etapa parisina de los años veinte junto a figuras como Joan Miró, Domingo cultivó un estilo que evolucionó hacia un realismo introspectivo. Este viaje creativo pasaría también por el realismo fauvista en Tossa de Mar, antes de culminar con su fascinante traducción cultural a Brasil. En este período, fusionó elementos de la tradición catalana, como la Moreneta, con la realidad brasileña, creando obras que retrataban madres negras y mulatas, en una celebración de la fraternidad artística y social que impregnaba su visión del mundo.
Dibuix, Francesc Domingo (primer terç s.XX)
Un aspecto fundamental que queda patente en la muestra es su extraordinaria capacidad como dibujante. Para Domingo, la línea no sólo era la base de su obra, sino la propia esencia. Con trazos precisos y medidos, conseguía captar el alma de las figuras y formas, aportando a sus composiciones una solidez y profundidad únicas. Antes de cualquier obra pictórica, realizaba numerosos esbozos y apuntes, estableciendo así la base sólida de sus creaciones. Este dominio del dibujo era el eje central que sostenía toda su producción artística.
Finalmente, la exposición pone de relieve cómo Domingo, influenciado por artistas como Isidre Nonell, Cézanne y Picasso, construyó un lenguaje artístico personal que respiraba poesía y una profunda conexión espiritual con el arte románico catalán. Su habilidad para conectar el pasado con una visión moderna e inclusiva le sitúa, junto a Miró y Dalí, en el panteón de los grandes nombres de la vanguardia catalana de los años veinte. Sin embargo, esto abre el debate que ya planteó su primer biógrafo, Jaume Pla: si Francesc Domingo es, sin duda, uno de los artistas más importantes del siglo XX, como es que ha quedado, en gran parte, olvidado en la memoria col ·lectiva?
Madola, un fuego milenario
La tierra, el agua y el fuego son los tres elementos primordiales que definen la obra de Madola, que, con su aparente sencillez, esconde una profundidad casi inescrutable. Con una trayectoria artística que se extiende a lo largo de casi sesenta años, Madola ha logrado transformar los materiales más comunes en vehículos de expresión espiritual y reflexión profunda. Su obra, expuesta ahora en los Espais Volart de la Fundación Vila Casas, ofrece una mirada única sobre la relación entre lo elemental y lo sagrado, entre lo cotidiano y lo trascendente.
Comisariada por Caterina Almirall, la muestra presenta un recorrido por las diversas etapas de la carrera de Madola, desde los años sesenta hasta la actualidad. Organizada en seis ámbitos distintivos, la exposición revela la evolución de su obra, que oscila entre lo orgánico y lo más constructivo. Cada ámbito destaca temas fundamentales de su creación, como la relación entre la vida y la muerte, y explora cómo los motivos de reflexión de Madola se han desarrollado a lo largo del tiempo, dando forma a un diálogo constante entre los aspectos más cotidianos y los más profundos.
La fidelidad de Madola a la cerámica como medio de expresión no es sólo una elección material, sino una conexión con prácticas ancestrales que investigan la relación entre el hombre y los elementos naturales. Sus obras, que incluyen urnas, estelas, tablas y amuletos, no sólo reproducen formas tradicionales sino que también las reinventan, buscando algo que trascienda nuestra comprensión inmediata. Madola explora también las diversas representaciones del cuerpo, siempre por partes, como si fueran amuletos o restos de estatuaria antigua.
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En las piezas más recientes de la exposición se reflejan problemáticas actuales como la contaminación ambiental y las crisis humanitarias derivadas de las migraciones forzadas. Estas obras demuestran la implicación de Madola con los problemas contemporáneos, ofreciendo una visión crítica del mundo actual. Su capacidad para combinar el arte arquitectónico con la escultura revela una vocación por explorar las estructuras tanto en dimensiones completas como en detalles más pequeños, con una atención meticulosa al proceso creativo.
Por último, la influencia de Salvador Espriu en la trayectoria de Madola es evidente en sus obras dedicadas al Cementerio de Arenys de Mar. Esta relación, que se inició con una petición para su primera exposición, ha sido un pilar clave en su creación artística. La exposición actual no sólo celebra el legado de Madola como ceramista, sino que también reivindica su lenguaje único e innovador en el contexto contemporáneo. Con cada pieza, Madola nos ofrece una profunda reflexión sobre la interconexión entre lo tangible y lo trascendente, invitándonos a explorar las profundidades invisibles de la experiencia humana.
Ambas muestras se podrán visitar del 17 de septiembre de 2024 al 19 de enero de 2025 en los Espacios Volart de la Fundación Vila-Casas.