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Opinión

Manifiesta 15: no hay fiesta

A l’Hospitalet, com a part del clúster “Equilibrant conflictes”, es podrà visitar a Can Trinxet la instal·lació Diàspora, de Binta Diaw, formada per una xarxa de 800 m de trenes que han estat produïdes in situ, durant aquest estiu, per un col·lectiu de dones africanes de la ciutat.
Manifiesta 15: no hay fiesta

Formo parte de un sector, el de la crítica de arte, que durante decenios ha sido, de forma representativa, en todas y cada una de las manifestaciones centrales del arte contemporáneo de este rincón de mundo: en las curadurías, las direcciones artísticas, la investigación o la comunicación artística. Ahora, con perplejidad, asistimos al desfile de un gran evento de arte contemporáneo -lo más importante aquí en lustros- que, dopado con la inyección de más de 8 millones de euros de dinero público, no cuenta con el apoyo activo y estructural de los trabajadores y trabajadoras de la crítica de arte del país: sin duda ninguna relevante -no hay comisarios, investigadores, docentes ni teóricos del arte digamos nativos en los trabajos principales del staff Manifesta-, y en acciones satélite, de la llamada Manifesta Plus, hemos tenido que abrirnos camino como hemos podido.

El porqué nos lo explicó en vivo la directora de la Manifiesta, en un encuentro informal en los inicios de la aventura. De repente nos espeta que ella no cree en los comisarios de arte: prefiere mediadores con un perfil profesional indeterminado: que si urbanistas, antropólogos, educadores o sociólogos, como figuras definitorias de los contenidos del feste. Argumentaba la hábil emprendedora holandesa, que la Manifiesta se trataba de un evento “abierto, transversal, transformador”, dejando al comisario de arte como alguien demasiado problemático y obtuso. Me pareció como ese opinador que defiende que la política debe estar representada por técnicos o gestores antes que gente con ideales o espíritu crítico (y ya sabemos hacia dónde acaban cargando principios parecidos).

Tendremos tiempo de hablar de si la Manifiesta ha contribuido o no a la empresa neoliberal y especulativa de la gran ciudad (caso tres chimeneas), pero hoy es el tiempo de denunciar la falta de participación de los muchos profesionales de la crítica de arte que tiene este país: que tiene más por cierto, si hacemos caso de los datos de la AICA (Asociación Internacional de Críticos de Arte), que la tierra de origen de la gran empresaria de Manifesta.

¿Es comprensible que un gran evento de arte contemporáneo no cuente en su estructura con los profesionales encargados de la narratividad estética, de la discursividad crítica, la selección artística o la proximidad con la base artística del territorio donde se acoge el evento? ¿Nos imaginamos un festival de literatura sin editores? ¿Sin especialistas que aporten todo su saber en la materia en la que está llamada el sector?

La culpa de tal despropósito no es de la Manifiesta. Al fin y al cabo, llevan años aplicando el mismo modelo a las diferentes ciudades del mundo que compran sus servicios, y con un modelo similar. Aquí la responsabilidad de todo es la parte contratante del evento, es decir el ICUB. Creo que Manifesta era una muy buena idea de origen: el arte necesita ser propulsado y mejor si es a partir de iniciativas internacionales de contrastado prestigio. Lo que no es aceptable es que en el contrato firmado no se haya exigido a la empresa de la Manifiesta una cuota mínima de trabajo con los profesionales del arte de nuestra latitud, y de forma estructural, en diálogo y trabajando codo a codo con profesionales del mundo. No es éste un manifiesto campanilista: pero una cosa es querer ser internacionalistas y el otro tener que ver la fiesta desde la gradería y aplaudiendo.

Tacha el cinismo el hecho de que nos encontramos en un contexto de grandes declaraciones de derechos culturales -del Icub, el estado, la Generalitat- y los que estamos en la trinchera trabajando en los contenidos artísticos desde la más gris precariedad vemos como los grandes eventos de nuestra especialidad ni nos reconocen el valor de nuestro trabajo ni, por supuesto, aportan nada por solucionar el problema de raíz. Es con estos principios que deberían moverse los grandes acontecimientos culturales del siglo XXI: los festivales deben contribuir a solucionar problemas estructurales, y la precariedad y la migradera presupuestaria del sector es uno de los centrales, que este festival tampoco ha contribuido a mejorar .

La organización de la Manifiesta ha llevado a cabo a lo largo del último año una serie de encuentros con profesionales del arte que, pensábamos, estaban llamados a abrir una vía de trabajo activa y conjunta. Pero al avanzar de los meses, y darnos cuenta de la poca voluntad relacional y de los resultados de las convocatorias -tan poco dotadas por cierto-, el rumor entre el sector de críticos del país ha ido en aumento. Las caras y sensaciones de los comisarios y comisarias de estos días lo decían todo. No ha habido fiesta en Manifesta: hemos sido invitados, pero pocos han movido la cintura.

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