La cultura en la era del algoritmo

No me gustan las predicciones extremas, no suelen ser las que toman forma real. Estoy bastante seguro de que las cosas no serán como ha prescrito Ray Kurzweil. Ha escrito que «en 2047 la inteligencia artificial habrá sobrepasado a la humana, y se combinarán la inteligencia biológica y la no biológica, y la inteligencia artificial se habrá expandido por el universo a una velocidad infinita que convertirá la colonización del universo en una hazaña inevitable que se llevará a cabo sin esfuerzo». Me suena a retórica. El mundo que se avecina no será una hazaña sin esfuerzo, al igual que la experiencia histórica muestra que las cosas no son como suelen prever los planteamientos apocalípticos, los que aseguran que el mundo está perdido sin remedio, en el que la inteligencia humana está abocada a rendirse a la inteligencia artificial.

Sin embargo, en todo caso es necesario ser consciente de que probablemente la IA renovará la definición y el papel social de la cultura. Me pregunto cómo la inteligencia algorítmica interactuará con la inteligencia humana: ¿complementará, competirá, o hará un poco de todo? ¿Cómo va a modificar la mochila de conocimientos, la cartera de valores y el conjunto de habilidades y sensibilidades que caracterizan a la cultura humana?

Habría que ponerse las pilas. Lo que no afrontamos hoy no lo tendremos mañana. Hemos entrado en la era del algoritmo y nuestro país sigue reflejado en la era del vapor. Habría que estar jugando al Go pero nos entretenemos jugando a las damas. La Cataluña cultural se está quedando en la cola. Acumulamos un déficit de reflexión y recursos culturales que pronto será crónico y seguramente irreparable.

Los catalanes, pues, insistimos en minimizar la importancia de la cultura y la educación, y por tanto, de la inteligencia humana. Continuamos confundiendo el cimiento con el ornamento, seguimos poniendo en la cola de nuestras preocupaciones la que debería ir a la cabeza. Persistimos en no mirar cara a la gran paradoja de nuestro tiempo: vivimos rodeados de una enorme cantidad de conocimiento y de potencial de vida, pero lo traducimos en una inconmensurable densidad de ignorancia, falsedad y malestar.

Desgraciadamente, no encontramos la forma de avanzar en formas de gobierno más democráticas e inteligentes que nos permitan explorar los límites de nuestro presente y futuro. Estamos rehuyendo la complejidad y perdiendo posiciones en la definición del nuevo humanismo que reclama nuestro país y el mundo de hoy.