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Exposiciones

Bòlit_PouRodó inagura 'L'idiota', comisariada por Martí Peran en colaboración con Rafa Ruiz

Vera Chytilová. Las Margaritas. 1966.
Bòlit_PouRodó inagura 'L'idiota', comisariada por Martí Peran en colaboración con Rafa Ruiz
bonart gerona - 03/07/24

Bòlit_PouRodó inagura el 5 de julio a las 19 h. la exposición El idiota, comisariada por Martí Peran en colaboración con Rafa Ruiz y que reúne las intervenciones de Ester Jordana, Esperanza López Parada, Carlos Losilla, Chantal Maillard y Javier Peñafiel.

En esta muestra de cámara, se reúnen una propuesta visual que reúne a más de un centenar de "fichas clínicas" de idiotas, reales y ficticios, de la procedencia más diversa, las reflexiones en formato entrevista de Ester Jordana, Esperanza López Parada y Carlos Losilla y las obras de Javier Peñafiel y Chantal Maillard.

El repertorio es muy heterodoxo, incompleto e, incluso, algo arbitrario dado que no tiene la función de capturar un arquetipo sino que, de lo contrario, quiere abrir su figura en encarnaciones numerosas y dispares. El idiota es huidizo.

El repertorio, sin duda, convoca al desconcierto: ¿todos estos idiotas son idiotas en realidad? Ocurre, sin embargo, que ésta no es la pregunta correcta. Lo que susurra este archivo es una afirmación: todos somos idiotas. Otra cosa es que nos hayamos esforzado en desmentirlo, bien sea por la obsesión por constituirnos como sujetos atrapados en una personalidad íntegra, por la obediencia al mandato de contener nuestra potencia de imaginación o por la negligencia intelectual que, de forma paradójica, nos obliga a desmentir la idiotez del mundo bajo diversos sistemas de creencias. En esta tesitura es necesario recomponer el idiota que somos. Si no es factible hacerlo de repente, entonces vamos por partes.

La amenaza del idiota se ha neutralizado a través de dos procesos elementales de captura: la reclusión clínica y el confinamiento artístico. Mediante la identificación de la idiotez como una patología mental, aquella capacidad de una vida soberana y juguetona, ha sido arrestada por la cultura del diagnóstico para reducirla a paradigma de la anormalidad. Al mismo tiempo, cuando los disparates del idiota lo hacían factible, sus necedades se han identificado con el arte para que el absurdo adquiera un valor determinado y así vuelva a la esfera de la dignidad. Pese a estas advertencias, el idiota se resiste.

El repertorio de idiotas es idiota. Una reunión de tontos incapaz de constituirse como comunidad. Cada uno es idiota por la propia idiosincrasia. Cómo debe ser. El consultor del repertorio, en consecuencia, no podrá atrapar la figura del idiota; sin embargo, le llegará un ruido reconocido. Se puede acceder a la idiotez por umbrales muy diferentes y no es necesario cruzarlos todos. El idiota lo es por radical escepticismo (Pirrón de Elis, Stephen Daedalus…), por exceso de una supuesta ingenuidad bondadosa (Mishkin, Lazzaro…), por conservar animalidad (Benjy, Rotpeter…), por la naturaleza simple y ligera (Hirayama, Ulrich...), por la ociosidad drástica (Oblómov, Bartleby...), por la infancia perpetua (Bella Baxter, Kenneth Koch...), por las desidias (Heinrich, Zeno…), por los despropósitos (Tzara, Harpo…), por la caída (Herteveig, Lenz...) e, incluso, por la impostura (Henrick, Goldsmith...). Poco importa cuál podría insinuarse como nuestro espejo, pero sería imbécil desatenderlos a todos. De momento, nos importunan Cual y Egolactante, dos idiotas que decidieron acudir a esa extraña cita.

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