En 1992, el Guggenheim de Nueva York celebra la ampliación de sus instalaciones con una exposición colectiva con obra de Brancusi, Kandinski, Beuys, Ryman y Carl Andre; en el último momento añaden también la obra de Louise Bourgeois, en un intento de escapar a la atención de la crítica feminista. Sin embargo, el intento de rectificación a última hora es claramente insuficiente: el día de la inauguración, más de quinientas mujeres se concentran a las puertas del museo, convocadas por las Guerrilla Girls y la Women's Action Collection (WAC). “¿Dónde está Ana Mendieta?”, preguntan enfadadas, aunque la respuesta ya la saben: siete años antes, el 8 de septiembre de 1985, Mendieta moría al caer de una ventana a gran altura.
El principal sospechoso del asesinato, Carl Andre, que entonces era su marido, acabaría siendo declarado absuelto en un proceso judicial más que cuestionable, en el que por proteger su reputación no hubo juzgado popular, ni tampoco se aceptaron como a pruebas los arañazos defensivos que le cubrían rostro y brazos, así como las declaraciones de los vecinos, que decían haber oído al artista llamar justo antes de la caída.
En contrapartida, el argumentario de la defensa utilizó la obra de Mendieta como prueba de su inestabilidad, suficiente para hacer plausible la hipótesis del suicidio. Por ello, dice Jane Blocker, la pregunta de las manifestantes es retórica: exige una respuesta que realmente no quieren: “La única respuesta literal –es muerta y enterrada– es dolorosa e insatisfactoria. Al preguntar dónde está, las manifestantes quieren hacer evidente dónde no está”.
Ana Mendieta no estaba en los discursos y los espacios del arte, aquellos mismos que absolvían a su verdugo. Unas pocas manifestantes se encargan de arreglarlo: infiltradas en la inauguración, cubren la obra de Andre con imágenes del rostro de Mendieta, y otras empapelan las paredes con carteles que les preguntan: “No estáis cansados de ver, siempre, ¿los mismos hombres blancos?” Aquí tampoco se espera respuesta: tal y como proclama la pancarta de una de las manifestantes, "es hora de escapar del club de los hombres". La historia del arte ya no será nunca más sólo vuestra.