Una de las mayores emergencias que tenemos afecta directamente al líquido fundamental que nos compone. Al fin y al cabo, estamos entre un 65 y un 75% de agua, un porcentaje casi equivalente al que conforma el planeta. Además, la del planeta tiene la misma composición y proporción de sales que la que circula por nuestro cuerpo.
¿Cómo es posible que vivamos con tanta disonancia respecto al elemento más esencial para el planeta y para nosotros mismos? Tal como señala la filósofa Marta Tafalla, tenemos el antropocentrismo tan interiorizado que incluso hemos llamado “Tierra” un planeta cuyas tres cuartas partes están formadas por océanos, el lugar donde empezó la vida y, por tanto, motivo suficiente por haberlo llamado “Agua”. La autora lo atribuye a que los seres humanos somos una especie terrestre, y con el nombre de Tierra nos describimos a nosotros mismos más que al propio planeta. Pero, ¿no es el agua la que da y sustenta la vida? Así como hablamos de la idea de la Madre Tierra, ¿no deberíamos hablar del concepto “Madre Agua”?
Los hidrofeminismos, una corriente de pensamiento que enlaza aguas y cuerpos, nos pueden ayudar a desplazar esta mirada antropocéntrica proponiendo la idea del agua como un cuerpo en constante cambio que conecta todos los seres y archiva todas las historias. Su principal teórica, Astrida Neimanis, señala que el agua responde a otras lógicas y patrones, y que supone, al mismo tiempo, un conducto y un modo de conexión. De forma similar a cómo los ecofeminismos revelan las interconexiones subyacentes dentro de las relaciones de dominación y explotación sobre las mujeres y sobre la naturaleza, los hidrofeminismos ayudan a explorar las estructuras de poder que operan en las relaciones que las mujeres tienen con el agua. Aunque "el cuerpo fluido no es específico de la mujer, la corporeidad acuosa sigue siendo una cuestión feminista". Neimanis nos invita a “pensar cómo un cuerpo acuoso tiene el potencial de bañar nuevos conceptos y prácticas feministas en la existencia”. Un enfoque especialmente urgente en un momento en el que el estrés hídrico forzará el desplazamiento de millones de personas en los próximos años.
En un escenario donde cada vez habrá menos acceso al agua potable, debemos empezar analizando qué ocurre tanto en nuestro país como en nuestras instituciones culturales: la huella hídrica en el Estado español es una de las más elevadas del mundo, con una media diaria de 6.700 litros por habitante. También deberíamos abrir vacío a nuevos imaginarios artísticos, para pensarnos desde el agua y acortar distancias simbólicas que ayuden a establecer nuevos ensamblajes a la hora de redefinirnos como humanidad y establecer nuestra relación de ecodependencia con el agua, para "reconocer esta comunidad acuosa conectada corporalmente, donde las distinciones entre humanos y no humanos comienzan a desdibujarse".