“Un hombre se propone la tarea de dibujar al mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, reinos, montañas, bahías, naves, islas, piezas, habitaciones, instrumentos, astros, caballos y personas. Poco antes de morir, descubro que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.”
El hacedor, Jorge Luis Borges
Cataluña es un territorio con un inmenso potencial creativo, una tierra de la que germinan creadores y creadoras capaces de explicarnos nuestra presencia en el mundo, nuestro entorno, nuestros deseos, nuestras carencias, aquello, en definitiva, que define nuestra especie y que resulta imprescindible en la evolución de toda sociedad. Siguiendo esta constatación, no debe extrañar que los numerosos agentes que forman parte del tejido cultural del país hagan manos y mangas a la hora de apoyar el arte emergente, la creatividad que inicia su singladura en el complejo – y déjeme decirlo, salvaje mercado del arte. Bajo la mirada silenciosa del dólmen de Montagut, la bella localidad de Palamós, cobijo y sosiego de artistas y escritores, cuenta desde el pasado mes de junio con una nueva iniciativa que merece especial atención. Se trata de la Bienal de Arte Ezequiel Torroella, una propuesta ambiciosa de la que seguro se hablará. Y no me refiero, sólo, a que se trate de un certamen para jóvenes creadores y creadoras menores de 35 años, sino que lo que le hace especialmente atractivo es precisamente su concepción.
En busca del paisaje
En primer lugar, la misma temática del certamen: “El paisaje y la búsqueda del paraíso, el paraíso hallado en el paisaje. El paisaje real y el paisaje como creación del artista”, una temática que nos emplaza a (re)visitar en clave contemporánea el anhelo que sostiene. Porque tras la expresión del paisaje se esconde una idea, un proceso, una ilusión, una búsqueda de lo inaccesible y sublime y una necesidad, también, de preservar nuestro patrimonio natural y cultural. Por otra parte, la comisión artística de la Bienal de Arte Ezequiel Torroella –integrada por siete representantes de los diferentes equipamientos culturales del país y del mundo académico– distribuyó entre tres comisarias el acompañamiento y la formalización de los nueve proyectos que pasaron a la fase final. Un seguimiento que permitió a los artistas disponer del asesoramiento de profesionales y que resultó del todo espoleador para formalizar los proyectos. Además, el hecho de que comisarias y artistas compartieran con los miembros de la comisión sus proyectos –encuentro que tuvo lugar el pasado 1 de junio, en el MACBA– propició abrir un diálogo estimulante para todos.
Albert Gironès
Por unanimidad de los miembros del jurado, la comisión artística otorgó el premio de la I Bienal de Arte Ezequiel Torroella al proyecto multidisciplinar El milagro del Sol, de Albert Gironès (Valls, 1995), y dos accésits.
Dirigida a profundizar en torno a la mística popular, la obra de este joven creador de dilatada trayectoria tiene como eje principal el proceso, que concibe magistralmente desde una vertiente antropológica. A través del dibujo, el vídeo y la documentación histórica, todos ellos articulados en una misma instalación, un diálogo y un debate en el pensamiento contemporáneo entre el arte, la religión y la ciencia. Se propone, así, representar lo irrepresentable, el milagro, mediante una visión racional que no quiere acabar siéndolo, ya que en la mística, en la alquimia y en el ritual, el arte tiene siempre un léxico común y compartido . El galardón, de cinco mil euros, incluye también una publicación y una exposición, que se celebrará en la capilla del Carmen de la misma población ampurdanesa, donde actualmente se encuentra el legado Ezequiel Torroella. Éste reúne más de 800 piezas del pintor, cedidas por su viuda en 2008 con el deseo de fomentar el conocimiento del arte con un especial interés por desvelar vocaciones entre los jóvenes.