"La Tierra como cliente" es la expresión acuñada por Yvonne Farrell y Shelley McNamara, de Grafton Architects, una reivindicación en el espacio público.
Aristóteles decía que la clave de la felicidad es aprender y dominar un solo oficio, que llamaba techne (técnica), y que esto resultaba más gratificante y placentero que la dedicación simultánea a diversas actividades. Esta obsesión por la especialización es un rasgo común en los entrevistados por el periodista Llàtzer Moix en su libro reciente Palabra de Pritzker. Conversaciones con 23 ganadores del principal premio de arquitectura (Editorial Anagrama). El Premio Pritzker lo creó en 1979 Jay Pritzker, uno de los propietarios de la cadena hotelera Hyatt, con el objetivo de premiar cada año a un arquitecto destacado, paliando la ausencia de la arquitectura entre las disciplinas galardonadas con el Premio Nobel . A lo largo de cuarenta años, el palmarés del premio ha ido cambiando de tendencia, con tres etapas bien definidas, tal y como explica Moix en el prólogo. La inicial, en la que se premiaba a los arquitectos clásicos, como Philip Johnson o Luis Barragán. La segunda, los más mediáticos: Norman Foster, Frank Gehry, Zaha Hadid, Jean Nouvel, Herzog & de Meuron, etc. Y finalmente, en los últimos años, aquellos arquitectos con un compromiso social y una preocupación por la ecología, el medio ambiente, el cambio climático y el consumo energético, como Alexandre Aravena, Glenn Murcutt o los gerundenses (de Olot) RCR (Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta).
Eso sí, todos sin excepción, son profesionales ya consolidados. Y es que detalla la mitología griega que Titón, amante de Eos, obtuvo de Zeus la inmortalidad, pero se olvidó de pedirle también la eterna juventud. Quizá por eso el jurado del Pritzker premia siempre a arquitectos ya experimentados cuyas obras hayan resistido, o incluso mejorado, con el paso del tiempo. Este paso del tiempo explica, por ejemplo, que edificios antes furiosamente criticados, tanto por la crítica como por el público, como el Centro Pompidou, la Torre Agbar o el Hotel Vela, se hayan convertido en emblemas significativos de París y Barcelona, respectivamente. A lo largo de más de quinientas páginas, que se hacen cortas, nos sumergimos en las magníficas entrevistas de Llàtzer Moix. En una ocasión, al transmitir mi admiración por sus artículos en La Vanguardia al editor y propietario del Grupo Godó, éste me definió Moix con tres palabras: “Es un sabio.”
Los Pritzker y lo social
Los últimos Pritzker no sólo han premiado la arquitectura no urbana sino también el compromiso social. Así, combatir arquitectónicamente la desigualdad es la principal preocupación de Shigeru Ban y de Alejandro Aravena, los Pritzker más jóvenes de la historia, puesto que fueron galardonados con sólo 48 años, pero también de Grafton Architects, Balkrishna Dosi o Diébédo Kéré. El arquitecto chileno Alejandro Aravena razona: “El problema número uno es la inseguridad. Es una bomba de explosión tardía que sigue activada. Los desfavorecidos se preguntan a diario: ¿por qué ellos sí y nosotros no? Y en la ciudad esto se refleja brutalmente. Te despiertas en un barrio sin recursos y vas al centro, que puede estar lleno de oportunidades. Pero después por la noche vuelves a tu barrio, lleno de desigualdades.” Esta preocupación le lleva a construir viviendas sociales, con ADN de clase media, con un presupuesto de sólo 10.000 dólares; y ya ha construido y entregado varios miles. Lo mismo suele hacer Kéré, aunque más centrado en construir escuelas en tierras africanas de extrema escasez con el mínimo coste.
Reivindicar el espacio público
La Tierra como cliente es la afortunada expresión acuñada por Yvonne Farrell y Shelley McNamara (Grafton Architects) que supone toda una declaración de intenciones. Premio Pritzker 2020, saltaron a la fama por su formidable Università Commerciale Luigi Bocconi de Milán, donde ya se manifestaba su principal preocupación por el espacio público, a través de una enorme planta baja de nueve metros de altura, abierta a los peatones, que actúa así como una plaza pública cubierta. En esta línea, reivindican lo que llaman freespace –espacio libre, espacio gratuito–, o sea, espacio público que atienda a “los deseos no formulados de los desconocidos”. Y que debe ser “un espacio compartido, ese tipo de espacio de nadie que, de hecho, tiene potencial para ser de todos. En estos espacios públicos, la gente socializa, se mueve, pasa y pasea, espera un amigo o se apoya un rato contra un muro”. Por eso, “el espacio intermedio entre edificios puede convertirse en un recinto nuevo o, por el contrario, en un vacío desperdiciado”.
La experiencia africana
"La arquitectura está bien cuando hace mejor el lugar donde se levanta", razonan Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, Pritzker 2021. Grandes especialistas en rehabilitar edificios, porque "reutilizar lo que ya existe suele ser mejor que derribarlo" . Y también son especialistas en construir para gente con pocos recursos. Sin duda, esto es fruto de sus cinco años de actividad profesional en Níger, justo terminada la carrera. “Todas las personas, independientemente de sus recursos económicos, tienen derecho a una vivienda digna. En África aprendimos que lo que en Europa se lanza, allí siempre se aprovecha. Una lata de sardinas vacía allí nunca se desperdicia: se allana, se dobla, se pliega y se convierte en una joya o en un juguete.”
Compromisos de futuro
En el epílogo del libro, que también lo será de este artículo, Llàtzer Moix resalta que en el futuro prevalecerán menos los edificios aparatosos y más los proyectos comprometidos con el medio ambiente y con las necesidades de la gente. Me atrevería a añadir que, afortunadamente, se valorará más RCR, Keré o Aravena que Santiago Calatrava. Otra reflexión inteligente del autor de un libro que, lejos de ser sólo recomendable para eruditos como arquitectos o estudiantes de arquitectura, también es recomendable por su estilo claro, didáctico y entretenido para cualquier diletante, como lo que les escribe, un cirujano al que siempre ha apasionado la mezcla de ingeniería y humanismo de la arquitectura. Es decir, tal y como expresa Paolo Mendes da Rocha, "la fusión total de ciencia, arte y tecnología". La única crítica al libro es que cuando uno finaliza las quinientas páginas, queda ávido de quinientas más... Dejaremos que Murcutt cierre esta reseña y permita al fin descansar al lector: “La fama por sí misma no es más que un epitafio.” Sin embargo, los buenos edificios, añadiría yo, serán siempre imperecederos.