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Exposiciones

Tapiz, la piel de la pintura

Fins al 28 de maig del 2023

Tapiz, la piel de la pintura
Eudald Camps tarragona - 08/05/23

Si aceptamos que, a grandes rasgos, hay dos tipos de exposiciones, las prescindibles y las necesarias (con toda la escala de grises intermedia que se quiera), la que dedica el MAMT a Josep Royo (Barcelona, 1945) vendría a ser, por varios motivos, una genuina representante del segundo grupo. Necesaria, en primera instancia y como muy bien señala el responsable del proyecto, Carles Guerra, porque se trata de restituir nada menos que el artista textil que fabricó una serie de obras monumentales para Joan Miró: los tapices de Tarragona (1970 y 1972), los del World Trade Center de Nueva York (1974), los de la National Gallery of Art de Washington (1977), los de la Fundación Joan Miró de Barcelona (1979), o los de la Maeght Foundation de Saint-Paul de Vence (1980), entre otros muchos. Toneladas y toneladas de lana salidas, apunta Guerra, en gran parte, de la antigua harinera situada junto al puerto de Tarragona.

Con todo, y aparte del “artesano auxiliar” (por decirlo de algún modo), está el creador con personalidad propia que se afana por dignificar no sólo la tarea del llicer sino por recordarnos que la pintura, como a concepto, adopta formas y soportes a menudo insospechados. Y es que, gracias a las aportaciones de artistas tapiceros como el propio Royo o el gran Jean Lurçat –explicaba el crítico y filósofo Arnau Puig en un texto dedicado a Grau-Garriga–, “se fue más allá, no sólo reduciendo la coloración de los tapices a la de los colores esenciales de las fibras utilizadas sino, además, poniendo de manifiesto la calidad matérica de estas fibras y haciéndolas trabajar no sólo en el simple plano bidimensional del entramado sino dotándolas de dimensiones volumétricas reales, sustituyendo así el impacto óptico de la tapicería clásica por una tangibilidad táctil que hacía apreciar las cualidades de los soportes”. El tapiz, en este sentido, se convertía en una pintura maximizada que, gracias a su carácter teatral, escenificaba a la perfección los movimientos reclamados por Rothko en relación con la plástica –“hacia dentro y hacia fuera, por debajo y por encima” , en diagonal y en horizontal”– y, al mismo tiempo, se permitía el lujo de incorporar elementos reales atrapándolos en su telaraña, convirtiéndolos en crisálida y, en su caso, expulsándolos hacia el exterior una vez digeridos y transmutados para el recuerdo.

Pues eso: a menudo se dice (siguiendo a Plinio) que el nacimiento de la pintura se debe al gesto atávico de la hija del escultor Butades (¿Kora?), que no fue otro que el de seguir la sombra de la amante, proyectada en la pared, justo antes de que éste se marchara hacia la guerra... El arte, en este sentido, tendría su origen en un fantasma, o en el intento de capturar (representar) algo ausente. Sin embargo, el arte también podría haber nacido en el gesto de una Penélope o de una Aracne: entre la voluntad de cambiar la realidad y la actitud pasiva de aceptarla como algo dado, hay un tipo de actividad sutil que recuerda el trabajo de las modistas en la medida en que reconstruye el mundo mediante un tejer paciente que exige ser llevado a cabo con el máximo cuidado. Nada menos: la muestra de Josep Royo es un excelente recordatorio de que, en lugar de invocar fantasmas, se puede intentar tejer la realidad.

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