A las grandes cuestiones existenciales que me desvelan a altas horas de la madrugada, esta última semana se me ha añadido una, quizá de menor impacto pero igual de inquietante e irresoluble, que es la siguiente (y que viene acompañada de una fotografía de una mesita de noche con la luz encendida, un vaso de agua, unas gafas de montura metálica y un despertador que marca las 4:15): ¿por qué no prolifera más el género del photo-roman ?
Esta forma de contar una historia audiovisual, sin vídeo pero con una secuencia de fotografías con precisa cadencia y coordinación, con una banda sonora de voz y música, debe reivindicarse más, debe proliferar más.
Un referente incuestionable y bastión del género es La Jetée , de Chris Marker, que cumplirá 61 años este 2023 y, ¡ey!, ¡qué contemporaneidad! Esta historia distópica postatómica de 28 minutos es tan bella como desconcertante, y los tres ingredientes básicos que necesita el género del photo-roman están en hipnótica sincronía: en primer lugar, la foto (fotografías en blanco y negro de alto contraste, muy grano , obra del propio Marker); en segundo lugar, la voz (masculina y misteriosa, de Jean Négroni, en primera persona, que revela todo el relato), y en tercer lugar, la música (una banda sonora a base de cantos que encapsula y da ritmo a la ficción) .
Contaba el mismo Marker que se decidió por este género experimental al ver los storyboards de BenHur y otras películas épicas de la época y quedar fascinado por su belleza y potencial. Y lo más fascinante de todo es haber convertido el proceso en obra.
Debe ser todo un placer para el director obrar con absoluta precisión y sincronía: cada imagen entra en el momento adecuado y dura el tiempo adecuado; no hay tiempos muertos, acciones banales, postureos intermedios ni transiciones gratuitas. Cada imagen tiene su porqué. Y lo mismo ocurre con la voz: el relato está perfectamente construido, con un único narrador, una única voz, adecuadamente timbrada, en primera persona, que cuenta toda la historia; es un monólogo que encaja milimétricamente con el discurso visual con una selección precisa de cada palabra y de cada intención. El tercer ingrediente, la música, diseña el sentimiento de la pieza: el suspense, la angustia, la alegría, la redención.
La última experiencia personal con un photo-roman ha sido reciente y no ha estado en una sala de cine, ni en Youtube ni en un museo; ha estado en un escenario, en la Sala Beckett de Barcelona. Asesinato de un fotógrafo es un Cluedo (o, para ser más precisos, un whodunit = who has done it , tal y como se llama este subgénero que cuenta quien ha cometido un crimen), una historia detectivesca minuciosa y preciosamente escrita e interpretada por Pablo Rosel, con fotografías de Noemí Elias Bascuñana (planos detalles, paisajes vacíos, ni una sola cara aparece en ningún momento) y banda sonora de batería jazzística de Clara Aguilar y Pau Matas; en la dirección, coordinando toda la secuencia, Ferran Dordal. Una oda a la precisión y al placer de contar historias.