La coincidencia de este tema con la participación catalana en la Bienal de Venecia del año 2023 no es improvisación. Es cierto que esta Bienal, auténtico escaparate mundial de la situación de la arquitectura y del urbanismo en el mundo digital y global de hoy, ha cumplido con buena nota su función. La trienal de Milán también la cumplió cuando en 1994 el profesor Paul Ricoeur publicó un artículo sobre arquitectura que ha dado la vuelta al mundo. El tema propuesto en Venecia este año sobre los escenarios del futuro ya tiene una respuesta muy interesante y, como siempre, polémica, porque se trata de abrir el tema con debates de interés mundial.
Si las bienales hacen bien su trabajo, quizás los que no lo hacen tan bien, en relación con el diálogo entre arquitectura y sociedad, son los gobiernos y las fuerzas políticas. Argumentar esto en una página de texto es una tarea imposible, pero lo intentaré de forma muy, muy sintetizada.
Retos para el éxito del diálogo
¿Por qué cuesta tanto un diálogo socialmente útil sobre arquitectura y sociedad? Una primera respuesta se debe a que no tenemos las leyes preparadas para hacerlo útil. El artículo que acabo de mencionar de Paul Ricoeur lo decía bien claro: los proyectos y los planes de los arquitectos y urbanistas deben estar fundamentados en el día a día de los usuarios de cada sitio que se pretende cambiar. Para que esto sea posible, es necesario el diálogo entre los diferentes estamentos y esto, por ejemplo, exige una clara ley de incompatibilidad entre estamentos y personas que soporte una confianza mutua.
Si los responsables políticos de dar permisos de construcción tienen relaciones con el responsable del proyecto o con los responsables de la construcción del edificio o de la ciudad, esto no tiene buena pinta y el diálogo no puede funcionar bien. Si los usuarios y propietarios de un proyecto sospechan que el proyecto se modifica por vínculos entre los responsables de los proyectos y el poder político, esto tampoco parece correcto. Por último, si los informes sobre el impacto y la idoneidad de los proyectos y planes están hechos por los mismos expertos que trabajan para el organismo que da los permisos, o para amigos, socios o conocidos de éstos, esto no puede funcionar bien .
Revisar los beneficios
Es evidente que esa dificultad del diálogo entre arquitectura y sociedad tiene un fuerte componente económico y político. Siempre ha sido así, por lo que los que hacían la constitución en la época clásica de la ciudad de Atenas se iban tres años de viaje para no tener incompatibilidades de ningún tipo y cuando volvían, si era necesario, se cambiaba la constitución a la vista de la práctica. Por eso es bien conocido que el tanto por ciento de los salarios individuales o familiares que financia dónde se vive para disponer de una vivienda digna, es un buen indicador. Y es una promesa que está en las constituciones de las ciudades pero que rara vez se agasaja. Si este porcentaje es superior a 30, significa que hay abuso en la distribución de beneficios en relación con las personas afectadas.
La covid ha aumentado el interés por esta relación, esperamos que a fin de bien. Varias revistas de Sudamérica, Argentina y Chile, y otras en Francia, han puesto en marcha números monográficos –como ha hecho la revista Bonart en Catalunya–, y esto es una buena señal de un interés mundial. Pero hasta que el interés llegue a las nuevas leyes que he dicho que son necesarias, quizás tendremos que esperar muchos años.
“¿Dónde está el fuego?”
Lo que quiero decir es que el diálogo entre arquitectura y sociedad necesita un alto nivel de democracia para que sea efectivo; si no, con toda la buena voluntad del mundo, el resultado es una incomunicación creciente y un montón de malentendidos, como en el siempre difícil problema de las viviendas “subvencionadas”, de triste memoria.
Es obvio que la educación está aquí fundamental. Y no puedo evitar hacer referencia al tema de la educación de la arquitectura desde la infancia, y nada mejor que poder relatar una experiencia con mi nieto de 28 meses. Un día, muy serio, y mirándome a los ojos, me preguntó: “¿Dónde está el fuego?” Y horas después me dijo: "La televisión está en todas partes." Casi no habla, pero para empezar no está mal. Está claro que estas palabras se referían a mi intención de enseñarle a encender fuego, siempre peligroso, ya que la familia no quiere que esté todo el día pendiente de la televisión, como él desea. Donde está el fuego, de verdad, nadie lo sabe, y que la televisión cada vez está en más lugares es por nuestra voluntad. Pero esta situación espacial tan asimétrica preocupa a mi nieto. Esperamos que nunca pierda la curiosidad y, así, quizás pueda saber dónde está el fuego más allá del origen ignoto del universo, allí donde la llamada inteligencia artificial nos quiere conducir. Ayer, un robot, en La Vanguardia , contestó a la pregunta de quién era diciendo que era “un hombre”. Fue una respuesta equivocada porque era una máquina. Mi nieto no estaría de acuerdo con la respuesta.
Laboratory of the future. Cortesía de la Bienal de Venecia. ©Fred Swart.