Año sufficiently advanced technology es indistinguishable from magic.
Paul Theroux.
Santi Moix (Barcelona, 1960) vive desde 1986 en Nueva York, ciudad que anteriormente ya había atraído a muchos artistas catalanes como Zush, Muntadas, Frederic Amat, Miralda, o Marta y Mireia Sentís. Moix ha llevado a cabo la mayor parte de su trayectoria artística y ha expuesto de forma regular a importantes galerías de la ciudad, como por ejemplo Kasmin o Pace Prints. Antes, y más sorprendentemente, había vivido y trabajado en Japón, país donde celebró sus primeras exposiciones –seis en Tokio entre 1984 y 1988– y donde todavía sigue trabajando, como veremos más adelante. Es, pues, un artista insólito en nuestro país, ya que probablemente es más conocido en Nueva York que en Barcelona, aunque también ha expuesto periódicamente en su ciudad natal. Y Moix es también un artista insólito por la naturaleza de su obra. Además de pintor, es grabador, dibujante, ilustrador de libros, ceramista y escultor, en un momento en el que la escena artística está dominada esencialmente por el activismo político, las prácticas participativas, los proyectos educativos firmados por colectivos y la recuperación de artistas pertenecientes a minorías étnicas y sexuales. Moix, un artista inquieto, ha llevado a cabo también grandes murales de carácter efímero, entre ellos el que hizo en el Brooklyn Museum (2012), en una de las tiendas de Prada en el Soho de Nueva York (2013) y también unos grandes frescos permanentes en la iglesia de San Víctor de Seurí –un edificio del siglo XIII que fue restaurado en el siglo XVIII–, en la comarca del Pallars Sobirà, una zona montañosa de Cataluña. El proyecto se prolongó durante unos años y concluyó en 2020.
Santi Moix es un artista, como se puede ver, polifacético y que va contra corriente. Por eso, La costa de los mosquitos , una exposición retrospectiva que abarca un cuarto de siglo y que ha sido concebida para los Espacios Volart de la Fundación Vila Casas, descubre todas las técnicas que el artista trabaja y que ya hemos mencionado, y también las instalaciones in situ . La muestra presenta más de ochenta obras, realizadas desde 1998 hasta ahora, y recorre más o menos todo el período en el que Moix trabajó con el galerista Paul Kasmin, fallecido a sesenta años en 2020. Esta larga etapa marca un momento de madurez en el trabajo del artista, que en 2002 recibió la prestigiosa beca Guggenheim. La obra de Moix, durante este tiempo, ha ido evolucionando de manera constante, de una forma circular, pero, más que lineal, devolviendo una y otra vez a cuestiones que siempre le han interesado. Éstas son, entre otras, una visión singular de la naturaleza y la forma en la que el ser humano se relaciona. Su imaginería está llena de animales, reales e inventados, y también de flores y plantas, fantásticas a veces, de nuevo. Sin embargo, la intención de Moix cuando pinta estos motivos no es el virtuosismo representacional, porque transforma, a menudo, los especímenes zoológicos y botánicos, y los lleva al límite de la caricatura, tanto cómica como perturbadora, para evocar el extrañeza de nuestro mundo y de nuestras vidas.
La pintura de Santi Moix está a medio camino entre la representación y la abstracción, lo que parece más bien el resultado de un interés indiscriminado por todo tipo de imágenes, sin hacer caso del origen específico, y no tanto, volvemos a decirlo, de una cuestión programática. Al principio de su carrera, en todo caso, se vio su obra como un epígono de los nuevos expresionismos, que habían dominado la escena internacional desde finales de los años setenta y cuya influencia ya se estaba desvaneciendo. Sin embargo, con el paso del tiempo su obra se ve como el fruto de un proyecto personal que le permite plasmar un mundo propio, como si volviera a inventar la naturaleza, con capazos de humor y configurando una apasionada defensa de la libertad creadora. La obra de Moix se sitúa cerca de los últimos trabajos de Philip Guston, influenciados también por los cómics, y de la obra de otros pintores americanos posteriores, como George Condo y Carroll Dunham, cuyas imágenes pueden incluso llegar en el grotesco. Al igual que todos ellos, Moix utiliza un lenguaje de aire expresionista que, en lugar de reflejar estados emocionales o una voluntad de análisis introspectivo de su personalidad, se convierte en una herramienta para crear un insólito mundo imaginario paralelo, que es activo y dinámico.
Este mundo de Moix es un mundo rebosante de imágenes de todo tipo, preferentemente formas orgánicas o biomórficas. Algunos son fácilmente reconocibles, por ejemplo, insectos, flores, frutas, burros, ojos, fuegos artificiales, puestos de mercado, ruedas, vísceras, figuras antropomórficas, pulpos, trenes, tiendas de campaña, puntos de luz, puentes, árboles, montones de basura y restos de comida, desde un trozo de tocino a piezas de sushi ; y la lista no acaba aquí, ni mucho menos. Todas estas imágenes, y otras muchas que podríamos definir como abstractos, están plasmadas con una mezcla de colores exuberante a veces y casi siempre no naturalista, y que sugiere un mundo fantástico, lleno de movimiento, que puede ser tan irónico como la consecuencia de un hedonismo de celebración. Y hablando de humor, debemos recordar que Santi Moix ha ilustrado –y es uno de los aspectos destacados de su trabajo– numerosos libros de autores literarios para los que el humor es fundamental: Miguel de Cervantes, Mark Twain o Umberto Eco. Es así que Moix ha ilustrado, con acierto y notoriedad, Don Quijote de la Mancha , Las aventuras de Huckleberry Finn o El nombre de la rosa .
The Mosquito Coast es, también, el título de la novela de 1981 escrita por Paul Theroux y que fue adaptada al cine por el australiano Peter Weir en 1986, en una película con el mismo nombre, protagonizada por Harrison Ford y Helen Mirren. La historia cuenta cómo un excéntrico inventor urbano decide emigrar con su familia a la selva centroamericana, en Honduras, para vivir una especie de sueño utópico que al fin y al cabo no resulta fácil de construir. Semejantemente, Moix ha creado con su imaginación un mundo paralelo a la realidad, donde las formas que pinta parecen encontrarse en permanente crecimiento y mutación, formando un orden tan caótico como imprevisible, y que es, en ocasiones, perturbador a la vez que atractivo y seductor. Sorprendentemente, además, los mosquitos son una de las imágenes recurrentes en su obra, que Moix plasma de una forma que recuerda a los dibujos animados, con ojos y trompa exageradamente grandes. Theroux, por otra parte, es especialmente conocido por sus libros de viajes, fruto de una pasión, los viajes, que comparte con Moix, tal y como queda reflejado en su obra, con imágenes de Marruecos, India o Japón , entre otros lugares.
Texto extraído del catálogo de la exposición La costa de los mosquitos. Una antológica (1998-2022) de Santi Moix.