¿Dónde está la crítica de arte? ¿Qué remueve? ¿A quién interpela? Nunca está de más la ocasión para replantearnos las preguntas centrales que orientan y dan sentido a nuestra profesión. Es más, cuando la figura tradicional del crítico de arte ha sido erradicada de uno de sus espacios naturales de comunicación –los medios generalistas–, desde donde esta práctica solía plantear grandes debates culturales. Ahora parece que vaya bien la desaparición de esta figura y su sustitución por la del periodista cultural, de mirada más descriptiva y neutral, realidad que no excluye, por cierto, la gestación de unos pocos buenos profesionales en la materia.
Pero lo descrito hasta ahora es un síntoma que está a tono con el nuevo paradigma de la cultura amable y festiva de los tiempos del arte inmersivo, la creatividad urbana o los programas festivos de divulgación ( This is art ), que admiten pocas sombras, sobreinformación epidérmica y pobre mirada hostil. Ser cómplice de esta transformación plana de la cultura debería hacer subir los colores a la cara a más de un responsable cultural –de lo público o privado–, quien permitiendo la purga de la crítica de los grandes medios está condenando las artes visuales a la estetización mercantil oa la permanente fiebre de la celebración creativa.
Ante este claro caso de apartheid cultural, la crítica se ha desplazado en guetos periféricos de alta especialización cultural. Porque es evidente que la crítica, como cualquier género cultural, surgida de la necesidad, no desaparece por la voluntad ajena sino que se transforma y muda su piel. Hay crítica de arte, así, de altísimo vuelo, a las universidades, reubicada en el ámbito de la teoría crítica y social; en las prácticas comisariales, desde donde se reivindica la crítica comprometida como motor generador de conocimiento, y desde las poco más de cinco revistas de artes visuales que se afanan por sobrevivir en este contexto centrifugador. Unas dinámicas que se despliegan en sintonía a una cultura contemporánea, que se siente híbrida y desconstructiva, y en la que se invita a antropólogos, filósofos o artistas al ejercicio de la crítica profesional, con mucha más generosidad que la que profesan dichos géneros hacia nuestro oficio.
Ahora bien, después de todo este proceso de desplazamiento, de bunquerización y de expansión de la crítica de arte contemporánea, ¿sabemos exactamente dónde estamos? ¿Qué función hacemos? ¿Qué removemos desde la crítica? Porque, si la respuesta es incierta, imaginémonos dónde nos ubican nuestros comitentes y la sociedad civil. Hay que hacer visibles nuestras fortalezas –que son muchas–, de dónde venimos –que lo hacemos de lejos–, hacia dónde vamos –que miramos allá– y qué podemos aportar a la sociedad del conocimiento –que es el futuro–, y es debe conjugar en clave crítica, si no queremos avanzar culturalmente, como decía Pla, en perpetuo quiere gallináceo.