He conocido al arquitecto Arcadi Pla en encuentros entre profesores en el ámbito universitario, y siempre he quedado sorprendido de su capacidad pedagógica, nunca despreciando el trabajo del estudiante y, al mismo tiempo, intentando abrirle los ojos a nuevas posibilidades del proyecto como obra integral de arquitectura.
Le pedí una participación especial para la revista internacional ARQUITECTÓNICOS –hoy en su volumen 33– para el volumen 9, publicado en 2003, con el tema La arquitectura en Catalunya. Reflexiones sobre una crisis (Iniciativa Digital Politécnica. Ediciones UPC. Barcelona).
Su larga respuesta, de veinte páginas, no puede resumirse en un corto artículo, pero sí que es importante esquematizar sus opiniones. Empieza diciendo que en su ponencia en el vigésimo aniversario del Congreso de Cultura Catalana del año 1977, todavía dentro de una sociedad muy afectada por la dictadura, ya definía lo que para él es la arquitectura, que nunca es l expresión de la cultura individual de un arquitecto, sino el reflejo cultural de primer orden que describe cada período de la historia colectiva.
A continuación, su escrito hace un repaso de 150 años de arquitectura catalana para destacar al final la importancia de la obra pública entre 1977 y 1997, y acaba diciendo que en 2003 las posiciones economicistas y un pragmatismo creciente van llevar a una crisis evidente de la identidad cultural y política de Cataluña.
En el ámbito sociocultural estamos en el mundo de la imagen por encima de todo, y del alarde de parecer más que de ser, del cinismo como valor progresista, y se ha abandonado la reflexión seria sobre la arquitectura, que es el arte de construir, en beneficio de la forma por la forma. Y así sigue el escrito con una seria crítica a la decadencia cultural y política de Cataluña y España. Hacia el final, dice que nuestros arquitectos y artistas más relevantes (Coderch, Miralles, Dalí, Miró, etc.) han llegado a ser universales a partir de ser muy de este pequeño país.
Arcadi Pla es, pues, un arquitecto polifacético que ha sido capaz de trabajar a la vez en el mundo de la construcción, de la enseñanza y de la administración de la arquitectura.
En 1995 fue galardonado con el Premio Nacional de Patrimonio Cultural por la restauración del monasterio de Montserrat. En 1999, un edificio de viviendas de protección oficial en el barrio de Sant Ponç de Girona le valió el Premio FAD. En toda su extensa obra hasta la fecha, la calidad de su trabajo compagina la capacidad empresarial con una exigencia cultural que le ha llevado a enseñar en diferentes escuelas de arquitectura de Cataluña, un hecho muy excepcional que demuestra su prestigio y su capacidad de trabajar con distintos grupos sociales y culturales, muy acorde con sus ideas aquí mismo expuestas.
Recuerdo un consejo fundamental que daba a menudo a los estudiantes autores de proyectos de fin de carrera: “Dentro de pueblos pequeños, no hagas nada fuera de la jerarquía de la escalera de los edificios existentes en el pueblo, porque es sabio adaptarse a esta jerarquía para sacar provecho del sitio, sin ostentar con unas dimensiones fuera de tamaño.” ¿Cuántos desastres urbanísticos se habrían evitado si estos consejos se hubieran seguido?
Un arquitecto, pues, que dice que es de un pequeño país que debe construirse con cuidado, que debe “cultivarse” de forma inteligente con la medida y el tamaño necesario en cada momento, nunca construyendo fuera de la proporción socialmente necesaria.