El MAMT (Museo de Arte Moderno de Tarragona) organiza la primera exposición individual de Joan Rom después de 24 años. En El lugar , comisariada por Marc Navarro, Joan Rom rompe el silencio “artístico” con la contundencia de su tridimensionalidad escultórica.
Hay silencios que contra todo pronóstico son más performativos que la mayoría de acciones. Silencios, por poner el ejemplo más célebre, como el de Hofmannsthal (transmutado en la figura imaginaria de Lord Chandos), un escritor que decidía abandonar la pluma porque era totalmente “incapaz de escribir o hablar coherentemente sobre cualquier cosa”. También está la conocida recomendación filosófica de Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio.” O, más cercano a nosotros, el silencio artístico que, desde finales de los noventa y hasta hace poco, ha mantenido Joan Rom (Barcelona, 1954). El motivo, casi prosaico, no deja de ser una heroicidad en un momento histórico, el nuestro, donde hacer precipitado (junto a la acción compulsiva ya la obsesión por la productividad) parece haber sustituido cualquier modalidad de reflexión pausada, incluyendo está el saludable aburrimiento (aquello tedio oceanográfico alabado por Eugeni d'Ors): “Si dejé de exponer –nos explicaba no hace mucho Joan Rom en su refugio del Camp de Tarragona– es porque tenía la sensación de haber dicho todo lo que podía decir o, más aún, porque ya no tenía nada más que decir.”
Foto: Eudald Camps
El silencio de la coherencia.
Silencio fruto de la coherencia, por tanto, que sólo podía ser roto desde otra coherencia, a saber, la de querer reanudar el camino con la mirada renovada y la experiencia que proporcionan dos décadas observando, desde fuera, 'arena artística: “Creo que si pude distanciarme todo este tiempo del mundo del arte es gracias a que nunca vi mi actividad creativa como una carrera.” Ni que decir tiene que este gesto de Rom (digamos “paso al lado”) debía de generar mucha sorpresa y bastante incomprensión, especialmente por parte de los que viven del mercadeo de obras y, en general, de un mercado que, como la resto de mercados, digiere muy mal la pérdida de activos, más aún cuando éstos desaparecen sin dar demasiadas explicaciones. Por la parte que nos toca, Joan Rom también ha sabido poner al descubierto el mal hábito exhibido hasta el paroxismo por buena parte de la crítica de arte consistente en adscribir, a menudo a base de formidables generalizaciones, cualquier artista en una u otra escuela ( tendencia, «ismo», familia, no importa). Pues eso: la crítica encuentra en autores como Joan Rom el peor obstáculo posible, es decir, el encarnado por alguien que, gracias al hecho de contar con una poderosa intuición (algo mucho más valioso que cualquier concepto), habría anticipado con la su práctica maneras de proceder que, con el paso del tiempo (y el consiguiente filtrado institucional), se han convertido en más generalizadas.
Por cierto, la exposición que presenta en el MAMT se titula El sitio . ¿Y cuál es el lugar de Rom? Pues un espacio íntimo pero abierto que el artista sabe trasladar, traduciéndolo, a la sala de exposiciones.