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Reportajes

"Imán de las apariciones". Digresiones sobre la obra de Remedios Varo en México

"Imán de las apariciones". Digresiones sobre la obra de Remedios Varo en México

“Nos hemos dedicado a buscar hechos y datos que se conservan todavía en regiones apartadas y que participan del verdadero ejercicio de la brujería. Personalmente, yo no me creo dotada de poderes especiales, sino más bien de una capacidad para ver rápidamente las relaciones de causa y efecto, y esto fuera de los límites ordinarios de la lógica corriente. También, y después de largos años de experimentación, he llegado a poder ordenar de forma conveniente pequeños sistemas solares.”

Remedios Varo, carta al señor Gardner.

El cáliz desbordante de elixir recoge, más que el reflejo de la luna, la esencia femenina contenida en el universo, transmutada en luz de vida legible, pristina y verdadera; transfigurada Diosa Blanca de leche en ríos, de tierra germinal, de casa que es espacio atemporal, urgida por parir la conciencia del mundo como energía en latencia. Sangre de vida, poción alquímica desconocida que hierve al andar, que flota entre los espíritus, testigos amnésicos, dormidos en éste y todos los espacios, que todavía no son ser, sino barro cocido; caldo madre de luz astral, de origen absoluto donde la vida está siendo y un hilo áureo –más que sólo hilo de rayo– espera la revelación de la armonía de lo efímero.

Los anteriores son apuntes surgidos después de contemplar, absorta por largo tiempo, las pinturas Nacer de nuevo (1960) y La llamada (1961), obras que Varo pintó en sus últimos años y donde se percibe una presencia importante, por no decir desbordante, de lo femenino. No se trata de apariciones autorreferenciales, sino de alegorías del poder femenino, pero, incluso mucho más, de la alquimia como conocimiento total y consumado, que tantas veces fue ganado por la mujer, incluso en tiempos inmemoriales, para que después fuera prohibido y arrebatado por constructos sociales restrictivos: unión de ciencia y magia, conciencia e inconsciencia, sacralidad moderna de la razón y saber atemporal de la profanidad. Presencias místicas en las que la luz irradia de la mujer, conectada con los astros, abierta al conocimiento inmanente, llena en una existencia que sobrepasa los límites de lo corpóreo y material. Fue entonces cuando recordé la frase de Octavio Paz “imán de las apariciones”, que se puede leer en el texto “Apariciones y desapariciones de Remedios Varo”, como parte del libro Corriente alterna , de 1967 y que da nombre a éste ensayo como un homenaje a ella: mujer de opuestos que se reconcilian en el arte. El poeta admiraba profundamente a la mujer que André Breton llamaba “la hechicera ” y que condensaba, en su obra literaria y pictórica, tanto como en su vida libre, el espíritu anhelado por muchas de las intelectuales de su época: el despertar del ser femenino a través del despertar de la mente, punto de intersección del esoterismo y la ciencia.

Es bien sabido que el artista Remedios Varo Uranga (Inglés, Girona, 1908) desembarcó en el puerto de Veracruz para dirigirse a Ciudad de México, en 1941, junto a Benjamin Péret, para establecerse en el barrio de San Rafael, donde conformarían un círculo de pensamiento, intercambio y afectos con muchos intelectuales y artistas, muchos de ellos refugiados provenientes de diferentes partes de Europa, que habían huido de la guerra y del fascismo. Gunther Gerszo capturaría la esencia mágica y surrealista de aquellos tiempos en la obra Los días de la calle Gabino Barreda , de 1944. Pronto, Remedios Varo entrelazaría su vida y, sobre todo, su pensamiento estético y mágico con el de las mujeres del grupo: Leonora Carrington, Kati Horna y, algo más tarde, Eva Sulzer. Mujeres libres, imaginaciones desbordadas, ávidas lectoras, interesadas investigadoras de asuntos científicos y semillas germinales de un feminismo basado en la idea del saber como fuente del poder femenino. Establecidas en una tierra de culturas prehispánicas con gran poder de abstracción plástica pero, sobre todo, de inmanente conexión con la tierra, todas incorporaron la magia a sus concepciones del mundo, tanto como a su obra artística y, en el caso específico de Remedios Varo, es conocida su extensa colección de piezas precolombinas, muchas deidades femeninas de carácter animista. Las antiguas mitologías, el esoterismo, la magia ancestral, los textos de Huxley y Von Hardenberg, Ouspensky y Gurdjieff, se fusionaron en la cocina al calor del baño maría: conglomerado de conocimiento que apuntalaba una modificación de su cotidianidad. Varo, Carrington, Horna y Sulzer se convertirían, pues, en cajas negras que protegían celosamente el conocimiento más profundo de una humanidad que se concatenó en la magia, el arcano y la alquimia, cuyos misterios fueron abocados en su producción artística.

El hermetismo de Remedios Varo tomó la forma de reflejos astrales en superficies pictóricas donde confluyen principios aparentemente antónimos, pero de posible convergencia sólo en la obra de una mujer con ese humor, saber y fantasía: principio de realidad y principio de subjetividad del ser; transparencia formal y misterio poético del significado; cientismo moderno y ocultación espiritual atávica; azar objetivo surrealista y pulcritud técnica controlada; la reflexión y el ejercicio creativo de orden privado, y la posibilidad de la comparecencia colectiva en cadáveres exquisitos, lecturas de tarot y círculos de reflexión públicos. Una artista que se apropió del surrealismo (como sistema estético de compresión, aprehensión y recreación del mundo) tanto como de la cultura española, de la influencia europea de su tiempo y de la presencia del mexicano, para zambullirse en un proceso pictórico transsustancial en el que, más que pintar como un acto de confección hacia el exterior y desde la corporeidad, emprendió una labor de introspección de alto calibre: Remedios Varo se pintó a sí misma, siendo ella, siendo idea , siendo sueño, siendo alma, siendo el mismo surrealismo.

México fue, para Remedios Varo y las demás mujeres creadoras con las que hizo hermandad intelectual, la base de lanzamiento para una obra nave nodriza de latencia fantástica e interioridad ontológica –no así epistemológica, por convicción surrealista– que, aunque posible sólo en sus tiempos y contexto, se materializó con una hermenéutica atemporal. Los años mexicanos fueron, por tanto, concurrencia de la extrañeza y la sorpresa, de la historia viva y las creencias tradicionales, todo esto pasado por la criba de su imaginación, para hornearse en el estado más puro de la función simbólica: lienzos mágicos de atracción inevitable. Estas superficies fantásticas y absolutamente subjetivas en las que desembocaron estrategias creativas como la referencialidad narrativa, el juego literario, el azar, el ocultismo y la reflexión más profunda sobre el mundo circundante, se unieron a experimentaciones plásticas y técnicas que dieron lugar a un cuerpo de obra constituido por lienzos, objetos y textualidades de la más diversa índole, pero con el rasgo común de la sorpresa que conduce a la seducción interpretativa.

La obra de Remedios Varo aún protege, sin fin de ideas, exégesis y lecturas plurales, ya que se libró de toda ligadura, incluso de la que podría suponer la filiación a un movimiento de un peso específico tan rotundo como el surrealismo. Varo optó por ceder la historicidad que cualquier obra de arte tiene como opción relacional, para ganar atemporalidad y ubicuidad. Su pintura es onirismo, hallazgo científico, fantasía literaria, experimentación plástica, virtuosismo técnico, fuerza femenina liberada y liberadora. Ser que flota incandescente por la mirada sorprendida. Atracción que aparece ante la experiencia sensible, quizás fenomenológica, y reclama algo más que la comprensión interpretativa: la libertad de pensamiento que ella misma añoraba como rúbrica de la creación.

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