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Opinión

Resiliencia

En col·laboració amb A*Desk – Critical Thinking

Resiliencia

1. f. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. 2. f. Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había sido sometido.

Puestas a (re)pensar o (re)construir caminos para la crítica, no podemos dejar de tener en cuenta la profusión de statements curatoriales, ponencias, artículos en revistas científicas, tesis doctorales, canciones, programas de coaching corporativo, marcas cosméticas o incluso posts con consignas de ascendencia pseudoterapéutica y preciosas amaneceres de fondo que definen la resiliencia como una actitud a priori reivindicable, admirable, se diría que incluso heroica, en un mundo lleno de desigualdades, competitividad y dominado por la ley del más fuerte. Por supuesto que la capacidad vital de afrontar un trauma merece toda nuestra consideración, pero esto no debería impedir que la inflación de un concepto lleve algún tipo de sospecha.

Para empezar, podríamos preguntarnos quién está realmente en situación de superar un trauma. El crítico literario Daniele Giglioli describe en Senza trauma. Escritura del estremo e narrativo del nuovo millennio (Quodlibet, 2012) una sociedad que huye de toda aprehensión del dolor, que se acomoda sin miramientos a su zona de confort, que posee el privilegio del “trauma sin trauma”, una especie de deseo de trauma o trauma imaginario como factor identitario, de derecho, de superioridad moral. Sin embargo, la resiliencia ha sido una idea especialmente debatida en el contexto americano, y en concreto en Latinoamérica, donde nuestras compañeras se encuentran expuestas a escalas de violencia y procesos traumáticos difícilmente imaginables desde la confortable Europa.

Pero incluso habría que preguntarse si la resiliencia no estaría, de hecho, participando en la cultura dominante –esta del do it yourself– a modo de analgésico o bajo la forma de una ética del sacrificio. Aquí las dos acepciones de la RAE nos resultan tremendamente reveladoras: por un lado, esta apelación a “la adaptación” y, por otro lado, esta capacidad de “recuperar un estado inicial”. Diríamos que tales definiciones esbozan el escenario ideal para que ciertos poderes descarguen su responsabilidad en los individuos a los que someten, a la hora de asegurar una cierta lógica conservadora, en lugar de aspirar a mejorar, transformar o directamente superar ese estado inicial, de por si injusto y deficitario. Y aunque, como maravillosamente desarrolla Daniel Gasol en su reciente Arte (in)útil. Sobre cómo el capitalismo desactiva la cultura (Raig Verd, 2021), el arte contemporáneo funciona a menudo como un relato útil para el capitalismo, habría que recordar que quizás es justamente allí donde todo esto puede también entrar en crisis: ese lugar donde lo imposible se puede seguir imaginando.

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