El hombre carece de naturaleza. Esta lacónica pero contundente afirmación debería ser, en opinión de P. Dust, el auténtico emblema (o leitmotiv) del viaje filosófico de Ortega y Gasset: el pensador madrileño, conocido sobre todo por lo del yo y su circunstancia, intentó prevenir siempre al lector (como si le administrara una vacuna conceptual) contra los excesos trascendentalistas, empezando por la idea de una “esencia humana” a la que habría que rendir cuentas en un sentido, digamos, aristotélico, y terminando por la invención cartesiana de un yo monolítico sobre el que construir todo el edificio del conocimiento humano. Obviamente, Ortega era consciente de las implicaciones de una afirmación como esta. Pues eso: a falta de naturaleza, ¿qué le resta al hombre?
Más aún: ¿cómo se explica el deseo de conocer la realidad de este ser exiliado del mundo? En un texto del año 1931 (¿Qué es el conocimiento?), el autor de La rebelión de las masas lo afirma sin tapujos: “La pura verdad es que el hombre siente un extraño afán por conocer, y que le faltan las dotas; es decir, que le falta precisamente naturaleza, en el sentido aristotélico del término”; una carencia que le convertiría en “indigente” y “ocioso” y, al mismo tiempo, en una “insuficiencia viviente”. El precio que tendrá que pagar al hombre es el de la insatisfacción crónica y el de la inquietud existencial: “Pronto hemos caído en el cuenta de que la razón física tenía que fracasar ante los problemas humanos. Porque el hombre no tiene naturaleza, no tiene un ser fijo, estático, previo y dado [...] Es algo radicalmente plástico capaz deserestoylootroyasísin límites”, concluye Ortega en su Aurora de la razón histórica (1935). Pero volvamos a Ortega y Gasset ya Huysmans: en ambos casos, la insatisfacción y la patología física nos trasladan a un universo farmacológico muy cercano al descrito por autores como Paul B. Preciado (en su caso, el régimen sería “farmacopornográfico” ”). Es decir: la sexualidad vivida como patología (lo que algunos, como el psicólogo John Money, llamarían “parafilias”) florece en la actual sociedad narcotizada. Y decimos “florece” de forma muy consciente: las flores que dibuja Manel Bayo no dejan de ser órganos reproductivos. De hecho, la palabra orquídea, que es como se llama la flor de la familia botánica más grande que existe, proviene del término griego órkhis (ὄρχις), que significa 'testicle' u 'ovario'. Son flores, las dibujadas por Bayo, provenientes de paraísos artificiales, lugares mentales ocultos tras puertas que sólo se abren si se dispone de la clave de la felicidad química adecuada. Las cajas de medicamento son, en este sentido, otra forma de hacer visible las carencias de aquel “indigente” y “ocioso”, de aquella “insuficiencia viviente” que Ortega llamaba “persona humana”.
Contra natura es un proyecto expositivo que pretende cuestionar (señalándolas) las finas y vueltas ambiguas fronteras que separan elementos tradicionalmente vistos como antagónicos. La primera y más evidente es, como decíamos, entre lo que consideramos natural y lo artificial. Otra, quizás incluso más relevante, sería la que contrapondría veneno a medicamento. De nuevo, la distinción es enormemente borrosa. Y es que, en sentido estricto, un fármaco (del griego φάρμακο, literalmente 'droga') es cualquier sustancia, biológicamente activa, capaz de modificar el metabolismo de las células sobre las que surte efecto. En el campo de la medicina se utilizan con fines terapéuticos o preventivos (profilaxis). Este concepto de fármaco incluye las drogas, neurotransmisores, hormonas, venenos, etc. La cuestión vuelve a ser la misma: la diferencia radica en su uso y, más aún, en su monopolio y control. Rosa reactiva imaginada por Bayo lo expresa a la perfección: su belleza es tan engañosa como las partículas elementales que la conforman. Una cosa es el relato general y la otra son las singularidades problemáticas sobre las que éste se sustenta.
La idea ya la anunció Baudelaire de forma clarividente y precisa: Anywhere out of the world. Nada menos: “Cette vie est un hôpital où chaque malade est possédé du désir de changer de lit.”