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Entrevistas

Entrevista a Salvador Sunyer, Director del festival Temporada Alta

Entrevista a Salvador Sunyer, Director del festival Temporada Alta

Salvador Sunyer Bover (Salt, 1957) es un hombre renacentista, de acción, con un refresco siempre al lado –para subir el azúcar de la diabetes– y que puede pasar desapercibido cuando visita a menudo la Librería 22, compra en el mercado del León o viaja con su moto medio destartalada, arriba y abajo, desde el casco antiguo de Girona hasta el de Salt, donde se encuentran las oficinas centrales de la productora Bitò. La empresa que fundó en 1991 con Josep Domènech y Xicu Masó está ubicada en el Teatre de Salt, un edificio que antiguamente se llamaba Can Panxut; el primer lugar donde vi teatro de pequeño. Con esto de la motocicleta arriba y abajo parece el artista Enric Ansesa, el hombre de los negros y otro de los grandes creadores catalanes. Cabe decir que, antes de conocer a Sunyer Bover, coincidí varias veces en encuentros poéticos en Les Bernardes de Salt con su padre, el escritor y político Salvador Sunyer Aimeric, una persona que respiraba paz y también humanidad por todas partes.

Amante de la cultura y de las artes, Salvador es un hombre hiperactivo con capacidad para interconectar universos y captar e identificar talento. Aparte de tener todo tipo de reconocimientos –premios de la crítica de arte, Premio Nacional de teatro, premio Butaca…–, ha sido uno de los impulsores de las Salas Municipales de Exposiciones de Girona (los fundamentos de lo que ha acabado siendo el Bòlit, Centro de Arte) y de haber convertido, en su momento, el Centro Cultural La Mercé en un pequeño Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona en la gerundense; además de llevar el ciclo de charlas del literato Jordi Llobet en Girona –y tutorizadas por el programador Josep Maria Clavaguera–, eran una delicia y me hicieron conocer a uno de los colaboradores de esta revista, Luis Antonio de Villena, hablando de Oscar Wilde.

Pero sigamos. Cuando fundó Bitò Produccions, debían dedicarse también a editar libros (el bitón de las artes gráficas) pero acabaron “editando” artes escénicas de manera transversal. En 1992 puso en marcha el Temporada Alta –era el año de la fiebre olímpica– y ahora celebramos su 30 aniversario. El acto de presentación de esta edición tan especial se celebró en el Teatro Municipal de Girona con una platea llena y orgullosa de ver cómo este artefacto creativo, comunicativo y divulgativo se había convertido en algo enorme, de referencia del sur de Europa y con tirada internacional transoceánica. Un acto sencillo y eficaz que hizo hincapié en la programación actual, en la transversalidad y que acabó con un videoarte impactante que uno de sus hijos articula, año tras año, con acierto y transgresión. Es un placer hablar con él y lo hago con primera persona, porque no entendería hacerle esta entrevista con un “usted” delante.

En el libro Elogio de la locura, Erasmo dice que la locura es el motor para mover el mundo; Freud diría que las pulsiones de amor y sexo. Treinta años del Temporada Alta, desde Salt al Món… Algo de sana locura debe haber, ¿no?

Bien, hay dos cosas: nosotros somos de Salt. Pero nacimos en Gerona. Ahora tenemos bicefalia Salt/Girona, Girona/ Salt. Visto desde ahora, parece una locura; pero visto desde entonces, no. Nosotros no dijimos: “¡Haremos un gran festival!” Sino que dijimos: “Haremos una gran programación, que iremos revisando cada cuatro años.” Nuestro objetivo era poner un poco de locura cada cuatro años, pero no una que fuera irrealizable. Aunque sí reconozco que hemos tenido muchos fracasos, ¡como todo el mundo! Hay una parte de locura y otra parte de codos.

A veces existe este mito en el mundo de la cultura, que se trabaja poco y la gente se divierte más. Quizás la ignorancia es muy atrevida .

Hay muchas horas detrás de cualquier preparación cultural y artística. Ha sido muy difícil salir adelante pero, en definitiva, es un trabajo en el que te lo pasas bien, no puedes quejarte.

En 1996 empezó a encargarse el cartel a un artista visual. El primero fue el de Leonard Beard. Entonces, en 2003 habría una colaboración con Ferran Adri y el fotógrafo Francesc Guillamet. Pero el elenco es de primer nivel: Antoni Tàpies, Carlos Santos, Àngel Jové, Perejaume, Manel Esclusa, Toni Catany, Antoni Llena, Eugenia Balcells, Francisco Torres, Antoni Miralda, Jordi Colomer, Frederic Amat, Eulalia Valldosera, Santi Moix, Joan Fontcuberta, Evru, Carmen Calvo… y la actual, de Pere Noguera. ¿Cuáles son las directrices y el criterio?

Creadores que reflejen nuestro espíritu de riesgo y mezcla. Y cuando les hacemos el encargo, no limitamos nunca la creatividad. No acondicionamos. ¡Básicamente, todo el mundo hace lo que quiere! Nunca es lo que van a hacer. Es el principio director. Al respecto, existe una anécdota con Antoni Tàpies. Le llamé y no sabía si acabaría aceptando. Y, cuando fui a verlo, resulta que ya lo tenía todo preparado y hecho. Fue una sorpresa y le estaré siempre agradecido, después nos quedamos un largo rato hablando.

Tu relación vital con las artes y el arte contemporáneo es una constante como vemos con el tema de los carteles, por ejemplo. En el Temporada Alta no podía ser menos. Desde el logotipo de Antoni Tàpies, el cartel de 2008 reconvertido en emblema, hasta la dimensión que toma el festival, marcadamente transdisciplinar.

Creo que son las artes, que cada vez están más interrelacionadas entre sí. A la hora de poner etiquetas viendo un espectáculo, cada vez nos resulta más complejo. ¿Qué pones? Teatro, circo, música, cine experimental, instalación happening… ¿Qué significa? Pues que la mezcla es muy general. En un festival de artes escénicas en relacin con la plástica o el cine, es importante que haya una mezcla. Y es que tenemos una potente base: la creación contemporánea. El festival es básicamente artes escénicas pero tiene ramas en todas las direcciones. No hay fronteras entre lenguajes y por tanto se explica que haya desde Albert Serra hasta Cabosanroque pasando por el flamenco más contemporáneo. Además, cabe apuntar que los ciudadanos son cada vez más permeables a entrar a otros lenguajes que no son tan cómodos. Yo creo que el ciudadano tiene más tendencia a jugar en varios lenguajes.

Uno de los temas es si las cosas son o las hacemos demasiado crípticas, enrevesadas. Y además, ¿el riesgo necesita una pedagogía extra? ¿Si no hacemos esta tarea es complicado llegar a nuevos ciudadanos?

Ha habido una poca larga de entender que lo que nadie entendía era muy bueno. Hay cosas que no entiende a nadie que son muy malas y otras que entiende a todo el mundo y son muy buenas. Lo importante es intentar que la gente pueda ir encontrando claves para entrar en lo más contemporáneo. Si vas a un espectáculo por primera vez y te ponen lo más contemporáneo, no lo entenderás. La gente entra en el mundo de las artes por algo que le es comprensible. El trabajo del programador es ir subiendo escalones, año tras año. Porque entonces te encuentras con que ahora mucha gente accede a lo que hace años era imposible. Cuando tú eres un artista, del ámbito que quieras, lo que quieres es que llegue a cuanta más gente mejor. Otra cosa es lo que no quiere el artista ni el programador, que es que a la gente no debes darle siempre todo lo que quiere. Tienes que darle siempre más de lo que quiere.

Sobre lo que la gente quiere, hace tiempo que estamos bastante o muy condicionados por lo políticamente correcto. En una conversación que tuve recientemente con el cineasta Albert Serra, se quejaba de que si haces creaciones sin “ningún” trasfondo social parece que estés siendo banal y no te interese el entorno. Como si el arte y la creación debieran justificarse.

En buena medida estoy de acuerdo. Ha habido y existe en la última época una tensión muy potente en el ámbito social para visibilizar temas como emergencia climática, desigualdades, feminismo... y el arte es un vehículo extraordinario para hacerlo. Pero en ningún caso podemos capar esa radicalidad que tiene el pensamiento contemporáneo de vanguardia o tener que justificar un arte que no explica problemas sociales. También creo que es un tema relacionado con que parece que el presupuesto de Cultura siempre es más fácil de criticar y recortar frente a otros ámbitos y que la cobertura social puede ser un bálsamo. Pero esto puede ser un equívoco. Nosotros lo que sí hemos hecho en este ámbito es crear en 2013 la Fundación Ciudad Invisible (en referencia al emblemático libro de Italo Calvino). Uno de los ejes nucleares es poner énfasis en la promoción de programas sociales y educativos para acercar las artes escénicas a jóvenes y personas con riesgo de exclusión, una de las últimas colaboraciones con la Fundació Catalunya-La Pedrera y la Fundació Girona Est, creada por un grupo de empresarios gerundenses.

Hablando de presupuesto. ¿Es compleja la relación público-privada?

No es fácil, porque venimos de un modelo en el que la administración ha tenido mucho peso económico y estructural y los agentes privados apenas nacíamos. Algunas veces el privado se ha entendido como un rival que nombre se busca el beneficio. Ésta no es la prerrogativa de los que nos dedicamos a este sector. Estas lógicas se están relajando pero a menudo es una cuestión de personas. El exceso de burocracia tampoco nos ha ayudado ni a nosotros ni a las instituciones. También desde la Fundació Ciutat Invisible estamos propiciando los puntos de contacto entre los agentes culturales y los sectores empresariales, que a menudo necesitan traductores y asesores para acercarse a los ámbitos culturales. Aunque tenemos un país con mucha tradición de mecenazgo.

En la presentación del 30 aniversario hablabas de futuro. ¿Cómo lo ves?

Con mucha ilusión, porque tenemos un gran equipo, muchas ideas, personas que ya están haciendo tareas que hacíamos nosotros más directamente y, como se ha podido ver, todo sigue funcionando perfectamente. Los relieves generacionales son inexorables, además de un deber.

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