El pasado día 14 de enero nos dejaba Ricardo Bofill, uno de los arquitectos con mayor proyección internacional de nuestro país. Un arquitecto del mundo, que esparció su talento por todo el mundo, con un legado de más de un millar de proyectos repartidos por 40 países diferentes.
Bofill fue desde el primer día un arquitecto visionario. En los años 60, su primer experimento, el Taller de Arquitectura, ya fue toda una declaración de intenciones de lo provocativo y rompedor que sería su carrera profesional. Entonces reunió, trabajando conjuntamente, arquitectos, filósofos, economistas y poetas, entre otros, poniendo de manifiesto el papel relevante que tiene la arquitectura en la construcción de la sociedad.
La firma de Bofill forma parte de uno de los símbolos de la apertura de la Barcelona olímpica en el mundo: el aeropuerto de El Prat, que él mismo amplió años más tarde con la Terminal 1, un espacio elegante, abierto y luminoso se abre a las pistas de despegue y aterrizaje y se extiende en todas las direcciones. Aún en la Ciudad Condal, las suyas son también obras como el Teatre Nacional de Catalunya, la sede del INEFC o el polémico Hotel Vela.
La casa particular que se construyó en Mont-Ras es otro de sus proyectos más rompedores y brillantes en Cataluña, junto a otras utopías construidas como el Castillo de Kafka en Sant Pere de Ribes, el Barrio Gaudí de Reus o los Laboratorios de Lliçà de Vall.
En España, la huella de Bofill se encuentra en el Palacio de Congresos o el parque Manzanares en Madrid, y especialmente en el País Valenciano donde destacan la renovación del cauce del río Turia con los Jardines del Turia en Valencia capital y la Muralla Roja de Calpe.
Pero entre su obra, la vivienda social, "el reto más difícil para un arquitecto" según él mismo defendía, estuvo presente durante toda su carrera profesional. El Walden 7 en Sant Just Desvern es, seguramente, su ejemplo más significativo, no sólo por su vistosidad, sino también por lo que significa: un auténtico edificio de viviendas cooperativo pensado para la interrelación entre las familias. Una utopía de 1970 que buscaba nuevas formas de vivir y hacer comunidad que hoy todavía es una reivindicación del todo viva.
Además Bofill exportó con éxito este modelo de vivienda cooperativa y social al extranjero, con especial presencia en Francia y Argelia. Los barrios Echelles du Baroque, en el distrito XIV de París, o el de Antigone, en Montpellier, son buenos ejemplos. También lo son de la capacidad de Bofill para hacer que sus intervenciones incidieran directamente en la compactación de los barrios y el planeamiento de las ciudades. Y de la difícil pero indispensable función de la arquitectura para conseguir que las personas que habitan estos espacios se sientan orgullosas de vivir en ellos.
La otra cara de la arquitectura de Bofill es la de los grandes edificios, como la sede de Shiseido Ginza en Tokio, o la de Cartier, en París, además de la Universidad Mohammed VI en Ben Guerir y Rabat. Sin dejar de lado los dos imponentes rascacielos que levantó en la meca de los skycrapers, Chicago.
La huella de Bofill es inmensa, imposible de repasar sin pisar decenas de ciudades. Ya forma parte, en mayúsculas, de la historia de la arquitectura catalana. Descanse en paz.