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Opinión

Reagrupar

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Comunidad, bien común, bienes comunes... Esta constelación semántica ha adquirido una presencia creciente en la última década para ofrecer respuestas a las cuatro décadas de hegemonía global del neoliberalismo. Pero lo que durante años consistía en una crítica de orientación progresista se ha revelado últimamente como un campo de batalla: también los nuevos autoritarismos se consideran comunitaristas de uno nosotros que no está reñido con el racismo, la xenofobia, el masculinismo y, por lo general, la reivindicación del privilegio como el principio para reagruparnos.

Los equívocos se originan cuando caracterizamos el neoliberalismo de forma insuficiente. Cierto que ha profundizado en la desestructuración de nuestras sociedades fomentando la rivalidad individualista, traducida también en una dinámica feroz de competitividad global. Por eso todos los comunitarismos parecen darse la mano a la hora de retener el vínculo social priorizando el cuidado de “los nuestros”. Pero el neoliberalismo ha consistido en algo más complejo: un tipo de gobernanza en el que los sujetos que cooperan para reproducir la sociedad son a la vez incitados a contener en las cadenas donde se valora el resultado de su cooperación. Por eso los comunitarismos autoritarios se reclaman antineoliberales cuando reivindican la reconstrucción de un nosotros frente a la atomización social, pero al mismo tiempo refuerzan la verticalidad neoliberal en el reparto de la riqueza, redireccionando las tensiones sociales contra los sujetos –migrantes, mujeres. ..– que son muchas veces las grandes víctimas del desposesión que origina el enriquecimiento. Cualquier reconstrucción de una comunidad política que busque radicalizar la democracia evitando una salida autoritaria a la crisis, debe reconstruir los vínculos de cuidado, pero también arrojar luz sobre los verdaderos orígenes de las tensiones sociales en la crisis: las herencias de la colonialidad, las identifi caciones patriarcales excluyentes o las violencias de la modernización sobre el planeta, repartiendo de forma mutualista y entre diferentes tanto la riqueza como el reconocimiento que nuestras sociedades producen.

El campo del arte, con su actividad permanentemente escindida entre la individuación y la socialización, se encuentra en el epicentro de estas tensiones. Sacudido entre su protagonismo durante la globalización neoliberal y el penoso reconocimiento de sus debilidades estructurales en la crisis, está obligado a reconsiderar qué papel jugar en la reconstrucción de una comunidad política que hunda sus raíces en la historia, pero reconstituida hacia delante sin tradicionalismos por uno nosotros poroso en sus fronteras con la alteridad e incluyendo a la hora de reconocer las diferencias que alberga en su seno.

En la imagen Berta Cáceres, líder ambientalista, feminista e indígena lenca, asesinada en La Esperanza (Honduras) el 2 de marzo de 2016. Foto: Goldman Environmental Prize

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