"El ser humano aislado en sí mismo, consciente de la insufi ciencia de su destino, se aboca de nuevo a la conquista del exterior, intentando restaurar el orden cósmico." Josep Vallès Rovira (Tàpies, huella)
Vea el objeto más sencillo. Cogemos, por ejemplo, una vieja silla. Parece ser que no es nada. Pero piense en todo el universo que comprende: las manos y los sudores cortando la madera que un día fue un árbol robusto, lleno de energía, en medio de un bosque frondoso en unas altas montañas; el amoroso trabajo que la construyó; la ilusión que la compró; los cansancios que ha aliviado; los dolores y las alegrías que habrá aguantado, quién sabe si en grandes salones o en pobres comedores de barriada... ¡Todo, todo, participa de la vida y tiene su importancia! Incluso la más vieja silla lleva en su interior la fuerza inicial de aquellas sabidas que subían de la tierra, allá en los bosques, y que todavía servirán para dar calor el día que, hecha astillas, arda en algún hogar.
En el artículo El juego de saber mirar, del año 1973, Antoni Tàpies expresa con estas cautivadoras palabras el interés que el mundo objetual –y, por tanto, la materia– ha significado para él. Los orígenes podemos emplazarlos en una etapa temprana en la que el artista manifiesta el interés por las vanguardias históricas del dadaísmo y el surrealismo, con la incorporación del collage. Son obras con las que Tàpies se acerca a la realidad, donde explora los límites de la representación en un gesto que soslaya cualquier valor simbólico y donde toma conciencia de que el mundo de la creación es –en palabras de Georges Raillard–, “un universo polimorfo donde sólo está ausente el realismo ilimitado, la mimética que se mide con el palmo de una lógica de los valores establecidos y de los sentidos admitidos”.
Regresa a Barcelona después de su estancia en París, en 1950, su obra experimenta una transformación, en parte, inflado por la polémica suscitada en torno al realismo social en el país vecino. Su pintura deja atrás, así, el hinchazón del surrealismo –y la inherente escritura simbólica y onírica–, para dar paso a una creación queridamente densa, que abarca la voluntad subjetiva de su creador. La incorporación de objetos, a menudo extraídos del mundo cotidiano, generalmente pobres y humildes, y que a veces tendrá que descomponer, se convierte en uno de los rasgos fundamentales en su producción plástica. Los materiales dejan, entonces, de representar una idea para convertirse en la idea misma, una cohesión de la que se desprende una de las principales aportaciones del autor: la tela deja de ser una ventana desde la que acercarse al mundo y se convierte en un muro, una tapia, un elemento de contención donde sólo hay espacio para la subjetividad y la introspección. La materia, así entendida, es irremediablemente deudora del pensamiento de Jean-Paul Sartre, a quien Tàpies había leído con detenimiento: “El ser humano no es sólo tal y como él se concibe, sino tal y como él se quiere, y cómo él se concibe, como se quiere después de ese impulso hacia la existencia; el ser humano no es sino lo que se hace él. Éste es el primer principio del existencialismo.” Con estas palabras concluyó la conferencia El existencialismo es un humanismo, celebrada en París en octubre de 1948, y es, precisamente, en esta sentencia –“el ser humano no es sino lo que él se hace”– en el que, también, se asienta el pensamiento de Antoni Tàpies, porque en la pobreza de los objetos, en la materia contenedora del calor de las manos y los utensilios, es donde el artista reafirma la dignidad humana. Con Tàpies. La realidad en primer plano, al cuidado de Núria Anguita, se hace patente, una vez más, la grandeza estética y plástica de uno de los máximos exponentes del arte contemporáneo. La Fundació Antoni Tàpies es uno de los templos del arte de la ciudad; la visita, un auténtico privilegio, y Tàpies, un ilusionista: en cada visita, una nueva visión.