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Opinión

El imaginario ultralocal en el posglobal

El imaginario ultralocal en el posglobal

Es conocido que Cadaqués, como pueblo aislado e isla de artistas, ha creado al margen de la depredación de la civilización del ocio un repertorio de imágenes y textos simbólicos de su ultralocal. La apropiación del paisaje por parte de Dalí como telón de fondo de sus pinturas de exilio voluntario y permanente ayuda a explicarlo, así como el molde de yeso de las plantas de los pies de Duchamp llenas de moscas secas para una siesta imposible. Es, pues, evidente que el ultralocal no es un fenómeno positivista ni mimético con el lugar, sino como una identidad en construcción se nutre tanto del juego sublime como de su escatofilia. De una manera muy locuaz, Richard Hamilton activó sus juegos verbales provocando un ataque a la asociación entre la belleza lamida del lugar y su contrapunto con el mal olor: una postal color crepúsculo con la roca sobresaliendo en medio de la bahía convertida en una tifa de mierda.

En estos juegos medio herméticos, trovadorescos y vanguardistas, el arte se opone a la realidad elevada a símbolo y su consumo por parte de la masa. El punto final es un choque que provoca hilaridad, porque se ha descendido al humor popular que rompe el ideal. Pero su eficacia no se encuentra tanto en el puñetazo como en el análisis de los procesos constructivos de lúcida naturaleza intelectual crítica.

Acabamos de tener una renovada prueba con la tirada de la señal de carretera de una línea continua que el artista Jordi Mitjà ha utilizado este verano como reclamo de su exposición en la galería Cadaqués. Se trata de una paradoja, dado que el código indica que la línea discontinua sólo delimita los carriles, si bien todo el mundo entiende que se puede avanzar y, en la montaña que serpentea hacia Cadaqués, es muy difícil avanzar con los suyos 150 curvas. Más aún: en verano todo el mundo se atasca. El artista ha cogido carteles en gran formato del viejo y cerrado Museo Peter Moore, el ex secretario de Dalí que cobraba por tirada, y, cortándolos a la medida cartel de tienda, los ha reciclado para la tirada del icono de entrada a la carretera de Cadaqués. El palimpsesto se hace sobre el fracaso estético del mal gusto de la masa consumidora de arte. El tema: la dificultad como valor. Muntadas, al final del franquismo, en verano de 1974, convirtió la galería en un plató de televisión en directo y diferido. En el prototipo Cadaqués canal local, se pasaban grabaciones y entrevistas de la vida de pueblo en el período invernal, que nada tenía que ver con el verano, ni con la televisión única, de información única, como era el sistema de comunicación durante la dictadura.

Y podríamos extendernos largamente mostrando un archivo de piezas de arte que fueron creadas en la época en que la marca publicitaria Cadaqués iba creciendo hasta su implosión. De hecho, y por el contrario, el arte ya hacía explotar su identidad golosa. El artista inglés Oliver Chanarin, a punto de instalarse en Cadaqués, se refunda en una cita duchampiana y una nube mironiana. Partiendo de la idea de los tres trozos de cuerda que Marcel Duchamp derribó y que le sirvieron para construir un sistema de medir derivadas del azar, ha puesto a prueba en grado cero una cuerda. A partir de la suspensión en la gravedad redefine el objeto artístico. Así, haciendo un ejercicio de física, con las tecnologías más avanzadas, exhibe lo que, dado como aleatorio, es real o que, siendo producto derivado de la posttecnología, es fetiche de arte. Al fin y al cabo, no era previsible nuestra identidad: la gravedad entre objetos distantes.

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